IMPLICACIONES MISIOLÓGICAS:
LA ASOCIACIÓN COMO ESFUERZO INDISPENSABLE PARA TODOS LOS ESFUERZOS DE DISCIPULADO
Jesucristo como el Maestro
Una investigación más exhaustiva revela que la palabra ‘Maestro’ que muy a menudo se asocia con la persona de Jesucristo, de hecho puede ocurrir como traducción de cinco diferentes términos usados en el texto griego original de los Evangelios.
El primero de estos es “rabí” (e.g. Jn. 3:2, Mr. 11:21, Jn. 9:2),18 literalmente ‘mi grande.’ Que los maestros de la ley se le hayan acercado a Jesucristo con tal título de honor ilustra muy bien cómo armonizó con su ambiente cultural mediante la adopción del rol familiar de un líder religioso instruyendo en las cosas de Dios al público y al grupo selecto de seguidores.
Sin embargo es más frecuente el vocativo “didaskale” (e.g. Mt. 8:19, Lc. 18:18, Mr. 4:38). “Didáskalos,” al significar ‘maestro’ es simplemente el equivalente griego del hebreo rabí (cf. Jn. 1:38). Aparentemente Mateo se interesó en enfatizar la relación diferente entre Jesús y sus discípulos en comparación con los rabís judíos contemporáneos con sus estudiantes. De aquí que mientras hizo uso repetitivo de didáskalos, el evangelista usó rabí sólo dos veces – como en la forma en que Judas, quien para entonces se había distanciado del Maestro, se dirigió a Jesús en relación con la traición (26:25.49).
Además, que sólo Mateo usara “kadseguetés” (23:10), cuyo significado original, ‘líder’ y ‘guía’ derrama más luz estimulante a la traducción “Maestro.”
La alusión subyacente al estado de liderazgo de Jesús sale a flote más enérgicamente en un cuarto término, que fue escogido sólo por Lucas. Como helenista descartó el hebreo rabí por “epistátes” (5:5, 8:24.45, 9:33.49, 17:13). A su significado original de ‘jefe,’ ‘supervisor,’20 W. Barclay ofreció una percepción adicional notable: “Es la palabra en griego para un maestro principal, y en particular para el hombre que estaba a cargo del ephebi, los cadetes que estaban comprometidos en sus años de servicio nacional a su país.” Sin embargo, la apelación de respeto favorita del evangelista fue la palabra ‘kyrios’ (e.g. Lc. 5:12, Jn. 6:68, Mt. 8:25). Ya aplicada al dirigirse amablemente al Jesús terrenal (cf. e.g. Mr. 7:28, Jn. 11:34, Mt. 14:28.30), sobre todo llegó a ser un título predominante de reverencia del Cristo resucitado (cf. Lc. 24:34, Jn. 20:25, 21:7.15-17). Según H. Bietenhard la palabra denotaba en el griego clásico “señor, soberano, uno que tiene control…”22 en el contexto evangélico “también implica reconocimiento de Jesús como líder, y disposición a obedecerle…”
Considerando los textos paralelos Marcos 4:38 / Lucas 8:24 / Mateo 8:25,24 observamos cómo cada escritor de los evangelios sinópticos mediante su terminología específica (didáskalos/epistátes/kyrios) buscó llevar su distinta perspectiva del múltiple rol del Maestro. Para los escritores evangélicos en su conjunto Jesucristo fue mucho más que sólo un rabí; de hecho Jesús mismo recalcó este mismo punto: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy” (Jn. 13:13). Durante el tiempo de su ministerio público ciertos individuos reconocieron la dignidad y autoridad de Jesús llamándolo ‘Señor,’ después de su triunfo manifiesto sobre la muerte sus fervientes seguidores lo percibieron más como el kyrios exaltado, que merecía reinar y liderar, ser reverenciado y seguido.
Una mirada casual a los escritos de Pablo basta para dar muestras que ‘Señor’ también fue el título preferido de los apóstoles para Jesucristo. Justo en su primer encuentro con el Resucitado, el fariseo celoso y radical se vio confrontado con tal autoridad divina que fue inducido a preguntar, “¿Quién eres, Señor?” (Hch. 9:5; cf. 22:8, 26:15). Fue este Señor que posteriormente lo designó su siervo y testigo (Hch. 26:16) y lo llamó a ser apóstol (Ro. 1:1). Además le confió a Pablo la comisión específica de compartir el Evangelio con los gentiles (Ga. 2:7; cf. Hch. 22:21).
Numerosas declaraciones en las cartas de Pablo se unen en un cuadro completo del Señorío de Jesucristo. Por ejemplo todas las cosas fueron creadas por él y para él (Col. 1:16) y su nombre está por encima de todo nombre (Fil. 2:9). Es Señor de los creyentes individuales (cf. Ro. 5:1), Cabeza de la Iglesia (cf. Ef. 4:15.16) y Rey (cf. Col. 1:13). Es Señor de los vivos y los muertos (cf. Ro. 14:9) y juzgará a todos (cf. 2 Ts. 1:9.10). Jesucristo como Señor otorga paz (cf. 2 Ts. 3:16), extiende misericordia (cf. 2 Ti. 1:16), derrama dones ministeriales (cf. Ef. 4:11.12) y da autoridad a todos lo que le sirven (cf. 2 Co. 10:8). Como Señor, Jesucristo tiene derechos legítimos sobre nuestros cuerpos (cf. Fil. 1:20), nuestras actividades (cf. 2 Ti. 2:3.4) y nuestras relaciones familiares (cf. Ef. 5:21-25).
Entonces podemos deducir de nuestro estudio de la palabra que para los apóstoles primitivos seguir a Cristo incluía que era su maestro, guía, supervisor, líder así como Señor, y como tal merecía y esperaba obediencia absoluta y una rendición de cuentas sin reservas.
Cuando Dios hizo un pacto con el pueblo de Israel, les dio “los Diez Mandamientos” (Dt. 4:13), – no ‘Diez Recomendaciones’ –, determinado así la respuesta humana deseada a su dirección divina, obediencia. Por consecuencia vemos al Señor Jesús conduciendo a sus discípulos mediante mandatos (e.g. Mt. 8:18, Jn. 15:14, Hch. 1:4). ¿La comprensión de esto no debería ponernos a pensar que en relación a la toma de decisiones los Evangelios no dan evidencia que Jesús en algún caso haya pedido sugerencias a los Doce, que se hizo dependiente de su consejo o que optó por resoluciones grupales o de la mayoría? En lugar de ello, una vez que como líder, bajo la dirección del Espíritu Santo, hubo discernido el propósito de Dios, les comunicó a sus entrenados su necesidad de obedecer. Su fuerte compromiso personal con ejecutar la voluntad de su Padre (cf. Jn. 6:38, 15:10) y su intenso deseo de lanzar un movimiento guiado y empoderado por el Espíritu Santo, no dejó espacio para el mero criterio humano e iniciativa reciente.
El amor de Jesús por sus escogidos estableció la base desde la cual ejercitó su autoridad sobre ellos. Mientras que su amor por los discípulos los motivó a obedecerle, la obediencia de ellos, les hizo saber, daría prueba de su amor por él (Jn. 14:15.21.23; cf. también Lc. 6:46). La profunda amistad que creció entre Jesús y sus discípulos en la atmósfera de amor mutuo, no excluyó a los Doce de la expectativa del Maestro de completa obediencia de su parte. A fin de ser calificados para liderar, primero tenían que ser liderados. Tenían que llegar a estar conscientes que nadie llegaría a ser un buen líder a menos que primero hubiese sido un buen seguidor. Los líderes espirituales no pueden desarrollarse fuera del perímetro de la obediencia voluntariosa. Con razón Dios le dijo a Josué que su obediencia sería crucial para tener una carrera de liderazgo exitosa (Jos. 1:7).
Esta obediencia fundamental y trascendental fue asimilada en la versión de Mateo de la Gran Comisión, donde Jesús obligó a los Once a que enseñen a los discípulos que tenían que hacer “que guarden todas las cosas que os he mandado” (28:20).
A lo largo de los siglos, desafortunadamente, el cumplimiento de la Gran Comisión ha incurrido en una doble omisión, concretamente, el descuido de hacer discípulos (en lugar de tan sólo convertidos) y el descuido de enseñar obediencia (en lugar de tan sólo conocimiento). Obviamente es más fácil influenciar en la gente a que piense correctamente que hacer que actúen correctamente. Pero Jesús les había encargado a sus amigos galileos que inviertan ellos mismos en la expansión de un movimiento divino que iba a reproducirse y multiplicarse dentro de los confines de la obediencia práctica a su enseñanza normativa.
Otro innegociable en relación con la instrucción de líderes espirituales es la faceta de la rendición de cuentas. Que todos serían tenidos por responsables de la forma en que vivieron e hicieron uso de lo que Dios les había confiado, fue indicado por Jesús (cf. Mt. 12:36, 25:19, Lc. 19:15) y claramente reiterado por Pablo (Ro. 14:10-12). Para los líderes esta perspectiva es más impresionante a causa del anuncio de Cristo, “porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lc. 12:48).
Como administradores de Dios (cf. Tit. 1:7), los líderes no sólo deberían tomar la rendición de cuentas ‘vertical’ con seriedad sino hacerse también responsables ‘horizontalmente.’ El Maestro no hizo más que referirse a la necesidad de practicar la rendición de cuentas interpersonal (cf. Mt. 5:23.24, 7:3-5, 18:15-17); sin embargo Pablo una vez entró en detalles más elaborados. La verdadera rendición de cuentas involucra el alto costo de humildad, apertura y vulnerabilidad. Al mismo tiempo paga el gran dividendo de proveer un refugio para la comunión, confianza, aceptación y ánimo así como un resguardo para no desarrollar fallas en el carácter, relaciones no sanas, prioridades equivocadas y actividades malas. Su base motivacional debería ser el deseo honesto de proveer un canal para facilitar y mantener el progreso espiritual, no un anhelo de dominio y control.
El concepto bíblico que incorpora los dos requerimientos de obediencia y rendición de cuentas es la mayordomía fiel. Pablo escribió en 1 Corintios 4:1.2 “Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel.” Que el criterio apropiado para evaluar la efectividad del liderazgo espiritual sea en primer lugar, no el éxito externo, sino la fidelidad, se puede deducir de las palabras de Jesús en Mateo 25:21.23 y Lucas 19:17, donde los siervos en las respectivas parábolas fueron alabados por haber sido fieles, y el aspecto del éxito no fue ni siquiera realzado.
Para ilustrarle gráficamente a los discípulos su necesidad de estar vinculado con el Maestro de una forma obediente y responsable, Jesús hizo uso de una metáfora llamativa: les encargó que tomen y lleven su yugo fácil (Mt. 11:29.30).28 Al tener experiencia como ex carpintero sabiendo que llevar un yugo se hace de manera más fácil mediante el uso de una barra de madera no muy pesada cuidadosamente formada y suavizada, Jesús se propuso llevar un principio espiritual esencial. Al ordenarle a los Doce que lleven su yugo de hecho les dijo que se sometan a su voluntad, su gobierno, su discipulado. “Aceptar el yugo o ser su discípulo,” aclaró M. Maher, “significa compromiso con su Persona, dedicación a su servicio, un amor abnegado de los hermanos y un deseo de imitar al Maestro…”
Así como dos animales de tiro tendrían un yugo puesto sobre sus cuellos, Jesús deseaba que sus discípulos estén plenamente bajo su autoridad y liderazgo. En esa condición, a causa de su consociación con él, su existencia futura no llegaría a convertirse en gravosa. Como dos animales uncidos jalando uno al lado del otro, primero Jesús y luego el Espíritu Santo ocuparían el lugar al lado de cada uno de los discípulos y a través de su compañía amorosa, posibilitadora y fortalecedora comparte la carga de sus vidas y ministerios. Siendo esto entendido, estar unido al Maestro no sólo sería un privilegio sino también una necesidad extrema, porque – como Juan 15:5 asevera categóricamente – apartados del Señor Jesús nada podemos hacer.
La conclusión inevitable parece que, con respecto a la experiencia actual y la práctica del desarrollo del liderazgo, los límites del valor y eficacia son determinados por el alcance de nuestra subordinación voluntariosa a la Maestría, y especialmente al Señorío, de Cristo. “Cuando llamo a Jesús Señor,” dice Barclay una vez más, “estoy diciendo que es el dueño absoluto e indiscutible y poseedor de mi vida, y que él es el Maestro, a quien debo serle siervo y esclavo toda la vida.”
Vez tras vez hombres piadosos del pasado han alineado sus estilos de vida y trabajos para Dios con las implicaciones de gran alcance de la sumisión completa y compromiso incondicional que el Señor Jesús merece legítimamente. “Oh, confiemos en Él completamente,” clamó J. Hudson Taylor, “y ahora si nunca fue hecho antes, ahora de nuevo si se hizo antes a menudo, tomemos a Jesús como nuestro Maestro y Señor, y con consagración sin reservas démonos a Él, también nuestras posesiones, nuestros seres amados, nuestro todo. Definitivamente es digno…” Henry Martyn, que siguió el llamado de Dios para ir a la obra misionera pionera en la India, dijo, “…el Señor Jesús, que controla todos los eventos, es mi amigo, mi amo, mi Dios, mi todo.” El connotado pionero de los mares del Sur, John Williams le escribió a su padre, “…deseo vivir y morir en la obra de mi Señor y Salvador. Mi más grande ambición, amado padre, es ser fiel a mi obra, fiel a las almas, y fiel a Cristo…” Y John G. Paton, usado grandemente en Nuevas Hébrides, recalcó sucintamente, “Dios me dio lo mejor, Su Hijo, a mí; y yo le doy lo mejor también, mi Todo, a Él.”
Jesús deseaba seguidores completamente comprometidos, buscaba desanimar a los entusiastas tibios (cf. Jn. 6:60.66). La experiencia en la promoción de líderes espirituales ha mostrado que a menudo la dedicación en lugar de tener dones finalmente decide la calidad del desempeño subsiguiente. La estimación de Billy Graham, “La salvación es gratis, pero el discipulado cuesta todo lo que tenemos,” sigue sin debate. Por consiguiente, cuando se recluta y desarrolla líderes aspirantes para la obra de Dios, asegurémonos de no quitarle valor a los reclamos radicales que fluyen de la persona y mensaje del Maestro. Él que no se escatimó a sí mismo para que tengamos lo mejor, no es honrado plenamente a menos que le ofrezcamos lo mejor de nosotros.
Mentoría para las Misiones Por Günter Krallmann
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