Antes que una persona pueda cometer un acto de pecado, ha de tener primero un deseo de realizar ese acto. La Biblia nos dice que las malas acciones fluyen de los malos deseos. Pero la presencia de un deseo malo ya es pecado. Pecamos porque somos pecadores. Nacimos con una naturaleza de pecado. Somos criaturas caídas. Pero Adán y Eva no fueron creados caídos. No tenían una naturaleza de pecado. Eran criaturas buenas con libre albedrío. Sin embargo, escogieron pecar. ¿Por qué? No lo sabemos. Ni encontraremos a alguien que lo sepa.
A pesar de este intrincado problema, debemos afirmar aún que Dios no es el autor del pecado. La Biblia no revela las respuestas a todas nuestras preguntas. Revela la naturaleza y el carácter de Dios. Una cosa es absolutamente negada: que Dios pudiera ser el autor o realizador del pecado.
Dado el hecho del pecado humano, ¿cómo se relaciona éste con la soberanía de Dios? Si es cierto que, en algún sentido, Dios pre ordena todo lo que sucede, entonces, ¿Dios debe de haber pre ordenado la entrada del pecado en el mundo? Eso no quiere decir que Dios obligara a que ocurriera, o que impusiera el mal a su creación. Lo único que significa es que Dios debe de haber decidido permitir que ocurra. Si no permitió que ocurriese, entonces no podía haber ocurrido, pues de otra forma no sería soberano.
Sabemos que Dios es soberano porque sabemos que Dios es Dios. Por tanto, debemos concluir que Dios pre ordenó el pecado. ¿Qué otra cosa podemos concluir? Debemos concluir que la decisión de Dios de permitir que el pecado entrase en el mundo fue una buena decisión. Esto no quiere decir que nuestro pecado es realmente algo bueno, sino meramente que el que Dios nos permita cometer el pecado (que es malo) es algo bueno. El que Dios permita el mal es bueno, pero el mal que el permite es aún mal. La implicación de Dios en todo esto es perfectamente justa. Nuestra implicación en ello es inicua. El hecho de que Dios decidiese permitirnos pecar no nos absuelve de nuestra responsabilidad por el pecado.
Cuando consideramos la relación de un Dios soberano con un mundo caído, afrontamos básicamente cuatro opciones:
- Dios pudo decidir no proveer una oportunidad para que alguien fuese salvado.
- Dios pudo proveer una oportunidad para que todos fuesen salvados.
- Dios pudo intervenir directamente para asegurar la salvación de todos.
- Dios pudo intervenir directamente y asegurar la salvación de algunos.
Todos los cristianos descartan inmediatamente la primera opción. La mayoría de los cristianos descartan la tercera. Afrontamos el problema de que Dios salva a algunos y no a todos. El calvinismo corresponde a la cuarta opción. La idea calvinista de la predestinación enseña que Dios interviene activamente en las vidas de los elegidos para hacer absolutamente segura la salvación. Por supuesto, los demás son invitados a Cristo y se les da una “oportunidad” para ser salvados “si quieren”. Pero el calvinismo da por supuesto que sin la intervención de Dios, nadie querría jamás a Cristo. Nadie escogería jamás a Cristo por sí mismo.
Este es precisamente el punto en disputa. El no reformado objeta a la cuarta opción, porque limita la salvación a un grupo selecto que Dios escoge. Cuando el calvinista objeta a la segunda opción porque ve que la oportunidad universal de salvación no provee lo suficiente para salvar a nadie, nosotros respondemos que él no sabe los mecanismos de Dios para obrar en los corazones de las diferentes personas.
La cuestión permanece: ¿Por qué salva Dios solamente a algunos? El calvinista dirá que nosotros pensamos que Dios puede salvar a los hombres forzando las voluntades de algunos, y que podría forzar la de todos. Nosotros respondemos que no la fuerza, puesto que la “fe viene por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Ro 10.17).
No parece justo que Dios escoja a algunos para recibir su misericordia, mientras que otros no reciben el beneficio de la misma. Sabemos que todos los hombres son culpables de pecado a los ojos de Dios. De esa masa de humanidad culpable, Dios decide soberanamente conceder misericordia a algunos de ellos, quienes ponen su fe en el Salvador. ¿Qué recibe el resto? Recibe justicia. Los salvados reciben misericordia y los no salvados reciben justicia. Nadie recibe injusticia.
La misericordia no es justicia. Pero tampoco es injusticia. En el plan de la salvación, Dios no hace nada malo. Nunca comete injusticia alguna. Algunos reciben la justicia que merecen, mientras que otros reciben misericordia. Dios jamás, jamás, está obligado a ser misericordioso hacia los pecadores. Este es el punto que debemos enfatizar si hemos de comprender la plena medida de la gracia de Dios.
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