LA IMPORTANCIA DE LA CULTURA JOHN PHILLIPS

by | Oct 16, 2017 | Ministerio | 0 comments

LA IMPORTANCIA DE LA CULTURA JOHN PHILLIPS

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No podemos pasar por alto la importancia de la vida y de las épocas, la cultura y las condiciones, el trasfondo del código y la costumbre, en medio de los cuales fue escrita la Biblia. Tener algún conocimiento de la forma en que vivía la gente es de gran valor a la hora de interpretar todas las partes de la Palabra escrita. Nunca fue esto tan importante como en nuestro mundo occidental moderno, tan extraño y diferente del mundo de Abraham y de los patriarcas y de Cristo y sus apóstoles.

Este capítulo le mostrará el valor de tener cierto entendimiento de los tiempos bíblicos para comprender la verdad de la Biblia.

EL TEMPLO: Jesús dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Fue muy mal interpretado; la frase enfureció a sus enemigos y fue usada contra Él en su juicio de burla.

 

Salomón edificó el templo original en siete años. Se construyó alrededor de un bloque de roca virgen, una zona del Monte Moriá que había sido usada como era por Arauna el jebusita. Pero siglos antes de esto, fue usada por Abraham como el lugar en el que estaba dispuesto a ofrecer a Isaac como sacrificio a Dios. En su debido momento el templo de Salomón fue destruido y finalmente fue reemplazado por otro a cargo de los judíos repatriados del exilio babilónico. El nuevo templo tenía una estructura mucho más humilde.

Luego vino Herodes el Grande, con su ambiciosa idea de congraciarse con los judíos restaurando el templo a una gloria incluso más grande que la que había tenido antes. Los judíos sospechaban del tirano edomita. Para apaciguar sus temores de que él pudiera de algún modo profanar su lugar de oración, él prometió no quitar ni una piedra del edificio existente hasta que estuviera listo para empezar la obra con el nuevo. Es más, él tenía trabajando a mil sacerdotes entrenados como carpinteros y albañiles para que ninguna mano no consagrada contaminara el lugar santo. La obra comenzó en el invierno del año 20 a.C. Llevó solo un año y medio reconstruir el lugar santísimo, pero la obra en los patios y los claustros siguió hasta mucho después de la muerte de Herodes. Continuó durante el reinado de Herodes Antipas.

Cada vez que el Señor Jesús visitaba el templo veía hombres trabajando en su reconstrucción. Cuando dijo su famosa frase sobre reconstruir el templo destruido (queriendo significar su propio cuerpo) en tres días, los judíos, pensando que se estaba refiriendo al templo de Herodes, protestaron porque la obra ya había consumido no menos de cuarenta y seis años.

Justo antes de que Él fuera al Calvario, el Señor realizó otra predicción sobre la destrucción del templo, esta vez refiriéndose al templo de Herodes. Les dijo a sus discípulos que se destruiría por completo. Nada parecía más improbable. El trabajo continuó en el templo hasta treinta y cuatro años después de su crucifixión. Solo ocho años después de haber sido terminado, fue destruido por completo. Los soldados romanos que sitiaban Jerusalén recibieron estrictas instrucciones de Tito de salvar esta maravilla arquitectónica. Pero la palabra de un general romano, el hijo de un César, sin importar cuán poderoso fuera, no pudo revocar la Palabra del Hijo de Dios. En la feroz lucha, el templo mismo se convirtió en un campo de batalla. Ardió el fuego y, en las llamas que lo consumían, los adornos de oro se derritieron y se volcaron entre las piedras. Para llegar a ese tesoro, los victoriosos romanos apartaron las piedras con ayuda de una palanca hasta que, de hecho, como había dicho Jesús, no quedó ninguna piedra en pie que no fuera derribada.

LOS PUBLICANOS: Tanto Mateo como Zaqueo eran publicanos. En la época de Jesús el nombre publicano era un epíteto de aversión y odio entre los judíos. El publicano era un recaudador de impuestos pagado por los romanos y sus reyes clientes. No podía haber ningún apelativo peor para un hombre que ser llamado publicano. Los romanos establecieron el odiado cargo de recolector de impuestos. La suma a ser recaudada se fijaba por un cierto monto y el publicano era responsable de entregar esa cantidad a las autoridades. Cualquier cosa que recaudara en el proceso dependía de él. Esa era su recompensa. Los publicanos se volvieron muy ricos con los ingresos agregados que conseguían de la gente por encima de la suma pactada. Así, los publicanos eran detestados por ser considerados traidores, recaudadores de impuestos y tiranos. Cuando el Señor llamó a Mateo para que fuera uno de sus discípulos estaba “sentado en el banco de los tributos públicos”. La oficina de tributos públicos ocupada por Mateo parece haber estado cerca del lago de Galilea, probablemente en el muelle. Allí Mateo recaudaba impuestos sobre todos los bienes que llegaban, incluyendo los peces atrapados en el lago.

Toda el área de alrededor del lago debió haber estado infestada con los colegas de Mateo, los otros funcionarios de recaudación. Puesto que allí convergían rutas de caravana, se recaudaban pagos y derechos en este punto estratégico. Mateo probablemente fue empleado por Herodes Antipas para recaudar impuestos en ese distrito. Parece que por lo menos había dos tipos de publicanos, el recaudador de impuestos general y el funcionario de la casa de tributos públicos.

Muchos judíos se burlaron de Jesús porque Él era “amigo de publicanos y pecadores”. Ningún judío que sintiera respeto por sí mismo sería amigo de un publicano. El doctor Alfred Edersheim, una autoridad sobre la vida y la época de Jesús, describe el llamado a Mateo. Dice:

Sabemos, mucho antes del memorable día que decidió su vida para siempre, el deseo que tenía Mateo, en su corazón, de convertirse en un discípulo de Jesús. Solo que él no se atrevía, no podía, a tener esperanzas de reconocimiento personal y mucho menos para un llamado al discipulado. Cuando llegó… no necesitó ni un momento para pensarlo o considerarlo. Cuando Él le dijo: “Sígueme”, el pasado pareció ser tragado en el cielo de dicha actual. Él no pronunció ni una palabra, puesto que su alma estaba en inmutable sorpresa de amor y gracia inesperados pero se levantó, dejó la casa de tributos y lo siguió. Probablemente algo muy parecido podría decirse de Zaqueo.

FUNERALES: Uno de los potenciales discípulos del Señor estaba lo suficientemente dispuesto, pero en sus propios términos. Respondió: “Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre”. Entre los judíos, era un deber que adquiría precedencia por encima de todas las demás cosas. Es más, los funerales de ese momento (como lo son ahora) eran terriblemente caros y se esperaba que los que sobrevivían al fallecido, por la seria ley de la costumbre, reunieran el dinero para pagarlos de alguna manera. Las familias podían verse reducidas a la pobreza debido a los funerales.

Se reunían multitudes de parientes, amigos y conocidos. Había que servir algo de comer. Los invitados y las personas que guardaban luto y venían de lejos debían ser alojados y alimentados. Esas reuniones y celebraciones por los muertos podían extenderse durante un período de cuarenta días. Los sacerdotes y funcionarios religiosos empleados para el funeral debían recibir una buena paga.

En la época de la Biblia, alguien que prestara honores a la memoria de un ser querido que había partido era considerado una persona de integridad. A la inversa, un hombre que ignorara estos deberes, exigidos por la costumbre, sería considerado un hijo no natural y en quien no se debía confiar. Este posible discípulo presentó entonces su caso sobre lo que él consideraba que era el terreno más elevado, más sagrado y al que no podía presentársele desafío.

Sin embargo, Jesús no aceptó la excusa de este hombre que quería retardar el hecho de convertirse en discípulo hasta que muriera su padre. El llamado de la costumbre, independientemente del tiempo que lleve honrándose tal costumbre o lo socialmente sagrada que sea, no se debe permitir que interfiera con el llamado de Cristo.

MOLER EN EL MOLINO: El Señor Jesús habló de que su venida sería repentina y divisiva, incluso dividiendo a “dos mujeres” que “estarán moliendo en un molino” (Mt. 24:41).

El molino era un instrumento manual hecho con dos piedras circulares, una sobre la otra. El grano se colocaba dentro de un orificio en el centro de la piedra superior. Esta piedra tenía también una manija con la cual se le podía hacer girar. El grano molido corría entre las piedras superior e inferior. Al molino lo hacían funcionar dos mujeres que se sentaban una frente a la otra con las piedras del molino entre ellas. Ambas mujeres tomaban la manija, una mujer la sostenía con ambas manos y la otra mantenía una mano libre para arrojar más granos según fuera necesario. Ambas mujeres retenían la manija mientras ésta daba vueltas, hacia ellas o lejos de ellas. Este era un trabajo de mujer. Un hombre nunca lo haría. Era tedioso y cansado y normalmente solo las esclavas o las siervas más bajas lo hacían. Moler en el molino era una tarea con frecuencia impuesta a las cautivas tomadas en la guerra. Los filisteos disfrutaron mucho haciendo que Sansón realizara este trabajo.

La imagen del Señor de dos mujeres moliendo en el molino, y una arrebatada y la otra que queda, es vívida. Las dos mujeres en el molino tenían sus manos juntas en la manija mientras se enfrentaban una a la otra a través de la piedra, trabajando al unísono y al mismo ritmo. Repentinamente una desaparece. La otra se queda sentada sorprendida, sola.

ELÍAS CORRE DELANTE DE ACAB: Después de la gran batalla con los falsos profetas de Baal en el Monte Carmelo, Elías hizo algo extraordinario. “ciñó sus lomos, y corrió delante de Acab hasta llegar a Jezreel” (1 R. 18:46). ¿Por qué haría Elías algo así?

En el Monte Carmelo, el profeta, como agente vengador de Dios contra las idolatrías auspiciadas en Israel por el rey Acab y su maligna consorte Jezabel, abrumó a Acab con vergüenza y lo venció ante la presencia de sus súbditos. El resultado lógico hubiera sido rebajar al rey en la estimación de sus súbditos y le hubiera seguido la rebelión y la insurrección. Esto no formaba parte del plan divino. “No hay autoridad sino de parte de Dios”. Lo que Dios quería era que hubiera arrepentimiento, no rebelión.

Por lo tanto, el profeta fue instruido por Dios para restaurarle al rey parte de su respeto propio y autoestima y advertirle a la gente que no dependía de ellos derrocar a la autoridad constituida. Eso llegaría en el momento y la manera que Dios considerara adecuados. Mientras tanto, había que darle espacio al rey para que digiriera la lección del Carmelo.

El profeta eligió una manera típicamente oriental de restaurar un poco el respeto del monarca totalmente humillado. Ciñó sus lomos y corrió delante del carruaje del rey. Este era un método de hacer honor al puesto de Acab manteniendo las costumbres de la época. Los grandes funcionarios siempre empleaban a personas que corrían delante de ellos, corriendo delante de los caballos sin importar cuán furiosamente eran montados. Para correr con mayor facilidad no solo “ceñían sus lomos”, sino que también arremangaban sus túnicas debajo de la faja para no tropezar ni enredarse en ellas.

La distancia desde el pie del Carmelo a través de la planicie de Jezreel era de casi veinte kilómetros. El augusto profeta corrió por esa área bajo la cegadora lluvia, probablemente recorriendo la distancia en aproximadamente dos horas. Con razón se dice que la mano del Señor estaba sobre el profeta. De otro modo no hubiera podido hacerlo.

LA SABIDURÍA DEL COMPORTAMIENTO ANIMAL: W. M. Thomson cuenta haber estado una noche en Tiberias cuando rebaños de ganado y asnos eran bajados desde las verdes colinas donde pastaban durante las horas del día. Había muchos de esos animales. Thomson tenía la curiosidad de ver si Isaías 1:3-4 era verdad.

Apenas los rebaños entraron por la puerta de la ciudad, comenzaron a dispersarse. Cada buey, dijo, conocía perfectamente bien a su amo, dónde quedaba su casa y el camino hacia ella. Ningún animal se perdió ni se confundió por el laberinto de carriles y callejones retorcidos, sinuosos y entrecruzados. También, cada asno iba derecho al “establo” de su amo. Él siguió a uno todo el camino hasta la casa de su dueño y vio cómo ocupaba su lugar correcto y comenzaba su cena.

Isaías 1:3-4 era cierto y la lección era impresionante y triste a la vez. Los animales eran más sabios que sus dueños, que no conocían ni consideraban al Señor, sino que lo abandonaban y lo provocaban con sus rebeldes maneras de actuar.

Estudiar la cultura y las costumbres de la Biblia no solo arrojan luz sobre enunciados difíciles y a veces oscuros, sino que nos aporta la sensación de que nuestro Señor vivió en un tiempo y un lugar reales entre personas que de muchas formas se parecen a nosotros.

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