Como se mencionó anteriormente de pasada, hay una escuela de interpretación bíblica que alegoriza gran parte del Antiguo Testamento, especialmente sus profecías relacionadas con Israel. Este enfoque peculiar de la Biblia, que uno sospecha es teología del pacto, se origina en un deseo de justificar la práctica no bíblica del bautismo de los niños pequeños, una práctica común para un importante segmento de la Iglesia profesante.
Cuando Dios celebró su relación de pacto con Abraham y su simiente, la señal del pacto era la circuncisión. Todo varón debía ser circuncidado cuando tuviera ocho días de edad para poder participar de esa relación de pacto. Si no se le circuncidaba se exponía al no circunciso al peligro de ser “apartado” del pueblo de Dios. Un varón gentil que sintiera la atracción de la fe religiosa de Israel y que quisiera convertirse en un converso, del mismo modo tenía que ser circuncidado. Sin embargo, normalmente el rito se realizaba a niños de ocho días de vida.
El teólogo del pacto suele equiparar el bautismo cristiano con la circuncisión judía, pero la amplía para incluir a niñas también. El bautismo de niños pequeños se supone que lleva al niño bautizado al bien del pacto de Dios así como la circuncisión llevó al varón al rebaño abrahámico. Para respaldar ese tipo de pensamiento, a la Iglesia se la ve como la “Israel espiritual”.
Se sostiene que las promesas realizadas a Israel bajo el Antiguo Pacto son ratificadas ahora en la Iglesia bajo el Nuevo Pacto. Para reforzar más aún esta teoría, muchas de las profecías del Antiguo Testamento se tratan de forma alegórica. En lugar de tomar de forma literal las profecías gloriosas respecto del reinado milenario de Cristo, se las espiritualiza. Así, se supone que las bendiciones espirituales de la Iglesia serían una concreción actual de las promesas realizadas por los profetas a la nación de Israel. Este método de interpretación bíblica deja de lado todo futuro para la nación de Israel y el reinado milenario de Cristo. El renacimiento del Estado de Israel en nuestros días enfrenta al teólogo del pacto con una refutación de esa posición. Demuestra que los que interpretan las profecías del Antiguo Testamento literalmente tienen razón. Israel no es la Iglesia y la Iglesia no es Israel.
Entonces, eso es lo que decimos en cuanto a ese tipo de alegorización del Antiguo Testamento. Postula dos proposiciones falsas. La primera es que el bautismo de los niños pequeños lleva a los bebés a una relación de pacto con Dios (con la tragedia resultante de que millones de personas perdidas piensan que van a ir al cielo en virtud de su bautismo, en la infancia, dentro de la Iglesia. Un error católico romano del cual gran parte del protestantismo no se ha liberado nunca). La segunda es la proposición de que, puesto que la Iglesia es Israel, no hay futuro para el pueblo judío como pueblo o para Israel como nación (dejando así de lado el reinado de Cristo en la tierra sobre una nación hebrea reconstituida y redimida y robándole a Cristo su exaltación en lo que alguna vez fue la escena de su humillación).
Rechazamos dicha alegorización pero no debemos abandonar toda la interpretación alegórica de las Escrituras simplemente porque se ha abusado del método. Hay alegorías en la Biblia. Pasajes de las Escrituras que sí tienen significados más profundos, como lo demuestra Pablo, por ejemplo, en su manejo del triángulo Abraham-Sara-Agar (Gá. 4:29-31). Pero esos significados más profundos son secundarios. No son la interpretación primaria de las Escrituras del Antiguo Testamento en las cuales se basan.
Resulta evidente que Pablo usó el episodio de Génesis de una forma alegórica para ilustrar a los creyentes justificados, influidos por maestros legalistas, la idea disparatada de desear estar bajo la ley. El uso de la alegoría por parte de Pablo en esa ocasión plantea realmente, por quinta vez en esta epístola, la pregunta: ¿El creyente cristiano está bajo la ley mosaica? (Vea Gá. 2:19-21; 3:1-3; 3:25-26; 4:4-6; 4:9-31). La ilustración alegórica era una manera más de tratar ese tema.
El uso de la alegoría que hace Pablo nos ayuda a comprender su función principal. Al tomar la narrativa histórica, de los hechos, de Génesis 16:15 y 21:2 como una alegoría, Pablo de ningún modo estaba socavando la interpretación gramática-literal del pasaje. Estaba encontrando un significado secundario, más profundo, en el pasaje. Por encima de todo, su uso del pasaje como alegoría era puramente ilustrativo.
Este es, pues, el valor de la interpretación alegórica de un pasaje de las Escrituras. Se puede usar para ilustrar una enseñanza clara de las Escrituras, una enseñanza que esté bien respaldada en cualquier otro lugar de la Biblia: enunciaciones doctrinarias simples. Teniendo esto presente, desde luego que podemos ir más allá de la superficie de un pasaje de las Escrituras en busca de significados más profundos, siempre que nos demos cuenta de que lo que estamos haciendo es ilustrar la verdad que se enseña claramente en cualquier lugar de la Biblia.
Aquí tenemos un manejo legítimo de la alegoría, como puede demostrarse en numerosos pasajes del Antiguo Testamento. Génesis 1, por ejemplo, trata de la actividad de Dios en la creación. La interpretación llana, evidente, literal del pasaje mostrará la actividad creativa de Dios. Sin embargo, debajo de la superficie, hay una alegoría incorporada. En el nivel secundario, el pasaje puede tomarse para ilustrar el modo de actuar de Dios en la salvación de un alma humana. Demuestra cómo el Espíritu Santo se mueve en la oscuridad del corazón humano, cómo Él manda que la luz brille en las tinieblas, cómo Él trae luz, vida y amor a un reino donde antes había oscuridad y caos. Pablo mismo se refiere a esta alegoría en 2 Corintios 4:6.
Podemos saber cuándo hemos descubierto una alegoría oculta de este tipo, porque las cosas “encajan”. La ilustración que surge no es artificial y no necesita ser forzada. Al contrario, es satisfactoriamente completa. Una buena manera de ilustrar esto es mostrar la alegoría oculta en el libro de Ester.
La interpretación literal del libro de Ester permanece en la superficie. El escenario del libro es Persia, durante los días de Jerjes. Muestra cómo el rey estaba influenciado por Amán, su primer ministro, para ordenar el exterminio de todos los judíos de su reino. A través de las actividades de Mardoqueo, un judío, y de Ester, su hermosa y joven prima, se frustraron los planes de Amán, que odiaba a los judíos. El libro demuestra la actividad providencial de Dios a favor de su pueblo. No hubo milagros poderosos, como en los días de Moisés y Faraón (de hecho, no se hace mención a Dios en este libro, si bien su nombre está oculto de forma acróstica en el texto hebreo). Dios simplemente supervisó los eventos naturales para efectuar una liberación espectacular del pueblo judío. La historia se cuenta en prosa gráfica para demostrar que “detrás de una providencia ceñuda, Él oculta un rostro sonriente”.
Pero hay más en el libro que eso. Debajo de la superficie hay una alegoría inspiradora respeto del plan de salvación de Dios para los seres humanos perdidos y arruinados.
La historia gira alrededor de cuatro personas. Primero, está Asuero, con mucho el personaje más importante del libro; es nombrado aproximadamente 180 veces. Él representa al pecador. Luego está Mardoqueo, el judío. En el libro es representado como el que trae la salvación. Ese es su papel. Él representa al Salvador. Está Amán. Él, claramente, es el enemigo y representa a Satanás. Finalmente, está Ester, la que conoce y ama a Mardoqueo, el Salvador.
Con esta llave de la alegoría en la mano, se abre de forma fácil la puerta a la interpretación secundaria del libro.
En el capítulo de apertura se ve a Asuero gobernado por el orgullo, el placer, la pasión y la política mundana. Es una persona que piensa sólo en sí mismo y en qué aumentará sus ambiciones, vanidad y disfrute. Por medio de circunstancias que van más allá de su control, Ester, que ha sido adoptada por la familia de Mardoqueo, se halla casada con el rey. Le habla a su esposo de la salvación que Mardoqueo puede darle, pero él la ignora.
Habiéndose apartado del mensaje de salvación, el rey se pone de manera completa bajo la influencia de Amán y sus actos malignos. Amán tiene dos odios principales: a la persona de Mardoqueo y al pueblo de Mardoqueo, a quienes ataca a través de su dominio personal del rey.
En ese punto, Mardoqueo comienza a tratar con Ester acerca de su comprensible pero inexcusable silencio. Hace mucho que ha dejado de hablarle a su esposo acerca de la salvación que se le podía brindar y sobre la influencia del enemigo en su vida, sintiendo su falta de influencia sobre él. Mardoqueo condena a Ester por su negligencia. Ella promete dar nuevamente testimonio al rey, siempre que todo el pueblo de Dios la respalde con oración y ayuno.
Ahora interviene Dios y de manera personal trata con el rey. Una noche, a causa de su insomnio, el rey convoca al bibliotecario de la corte a su dormitorio y le exige que le lea. El bibliotecario elige un libro, lo abre al azar y comienza a leerle al rey sobre la salvación que Mardoqueo podría darle. La gran obra de Mardoqueo no había sido olvidada. Había sido escrita en un libro. Así tenemos a dos hombres no salvos, sentados juntos en un dormitorio en medio de la noche, uno leyéndole al otro la historia de la salvación.
El rey es consciente de su culpa. Está avergonzado por no haber reconocido a su salvador. ¿Pero quién aparecería en ese momento si no el enemigo Amán? Sin embargo, llega demasiado tarde, porque el rey ya se ha convencido. Ha tomado su decisión a favor del salvador y a la mañana siguiente hace saber que tiene la intención de honrar a Mardoqueo y otorgarle su merecido lugar.
Ahora Ester tiene la deliciosa tarea de instruir a su esposo respecto de lo que realmente ha estado sucediendo. Ella desenmascara al enemigo (el maligno Amán) que es luego colgado en la horca que había preparado para Mardoqueo. Después, el rey le da su anillo a Mardoqueo (el salvador) quien de ahí en adelante se ocupa de manejar todos sus asuntos.
El cambio de dirección en la vida del rey se hace sentir pronto lejos y cerca. Ahora, la salvación se extiende a los judíos a través de Mardoqueo y comienza el renacimiento. Afecta a los gentiles también: “Los judíos tuvieron alegría y gozo, banquete y día de placer. Y muchos de entre los pueblos de la tierra se hacían judíos, porque el temor de los judíos había caído sobre ellos”.
El libro de Ester termina con la institución de un banquete de recuerdo para que nunca se pudiera olvidar la gran obra de Mardoqueo. Tal es la alegoría, una imagen de cómo actúa Dios con los impenitentes. El Cantar de los Cantares se presta a un tratamiento similar. Ese tipo de interpretación alegórica de un episodio del Antiguo Testamento es bastante diferente a engañar de manera alegórica a la nación judía y mantenerla fuera de la herencia que le garantiza el pacto con Abraham.
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