Las figuras retóricas transmiten una idea con más firmeza. La utilización de una figura retórica siempre es interesante, habitualmente llena de color y por lo general cautivadora. Imagínese que está en un avión volando a una velocidad de crucero por encima de las nubes. Mientras que el avión vuela a un ritmo estable, usted lee, habla o mira por la ventana, pero en el momento en que cambia el patrón de vuelo, usted se asusta. El avión de repente se ladea, o hay baches de aire, o el piloto acelera. Al instante, usted se pone en alerta y es posible que se alarme. Eso mismo ocurre con el lenguaje. En tanto que las palabras prosigan de manera suave nuestra atención tiende a decaer, pero si se introduce una variación, una repentina desviación de la norma, de inmediato se presta atención.
El Espíritu de Dios usa figuras retóricas con precisión. E. W. Bullinger en su monumental Diccionario de figuras de dicción usadas en la Biblia ha enumerado más de 200 de ellas, algunas con ciertas variedades dentro de sí mismas. El intérprete de la Biblia debe determinar cuándo tomar las palabras de forma literal o figurativa. Normalmente tomamos las palabras de forma literal, con su valor nominal, a no ser que al hacerlo nos enfrentemos a una enunciación que es contraria a la experiencia, a un hecho conocido, a la verdad revelada o al tenor general o enseñanza de las Escrituras.
No es mi objetivo aquí explorar todas las figuras retóricas usadas en la Biblia, sino analizar sólo algunas de las más comunes. Primero, está el símil, la más común de todas las figuras usadas en la Biblia. Usamos un símil cuando empleamos una palabra de conexión como como o según para marcar una equivalencia entre dos cosas. “Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas” (Sal. 1:3). “vosotros erais como ovejas descarriadas” (1 P. 2:25).
La segunda figura retórica más común es la metáfora. Cuando empleamos una metáfora no usamos una palabra de conexión; decimos que una cosa es otra cosa: “toda carne es hierba” (Is. 40:6) es una metáfora. “Toda carne es como hierba” (1 P. 1:24) es un símil. “Jehová es mi pastor” (Sal. 23:1); “Vosotros sois la sal de la tierra” (Mt. 5:13); “esto es mi cuerpo” (Mt. 26:26); “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6:35). Todas son metáforas.
La importancia de reconocer una metáfora está ilustrada en un episodio histórico bien conocido. Martín Lutero, enfrentado por uno de sus colegas que disentían de él, se introdujo en un acalorado debate por un tema de doctrina bíblica. El tema en discusión era la presencia real del Señor en “la hostia”, el pan de la comunión. Los católicos romanos sostienen que el momento en que el sacerdote consagra el pan deja de ser pan y se convierte en el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad del Señor Jesús.
Martín Lutero no se liberó del todo de ese dogma y como los católicos, respaldaba su opinión con el versículo: “esto es mi cuerpo”. El oponente de Lutero, Zuinglio, decía: “Él de manera testaruda insistió en tomar esto literalmente y por su valor nominal: ‘Si dice: «esto es mi cuerpo», entonces eso es lo que significa: «esto… es… mi… cuerpo»’. El pan se convierte en su cuerpo”. Después de discutir con Lutero en vano y señalando que esto era pura y simplemente una metáfora, Zuinglio dijo al final: “Muy bien, Martín, ¿y qué propones hacer con el texto: ‘Yo soy la puerta’?”.
La Biblia contiene unos pocos ejemplos de alegoría. Al igual que el símil y la metáfora, la alegoría toma su fuerza de la comparación. Una parábola es un símil extendido; presenta circunstancias físicas (por ejemplo, un sembrador que va a sembrar) como una verdad espiritual, es decir, avanzar con el evangelio. Del mismo modo, una alegoría es una metáfora extendida. Sin embargo, es más compleja que una metáfora porque de manera continua representa una cosa como otra. El libro El progreso del peregrino de John Bunyan es la alegoría más famosa del idioma inglés. Una alegoría puede ser una narrativa ficticia con un significado más profundo que lo que aparece en la superficie, o, como en Gálatas 4, puede basarse en eventos históricos. Salmos 80, Isaías 5 y Mateo 12:43-45 son ejemplos de tal alegoría.
Se debe tener mucha cautela al leer una alegoría en un pasaje de las Escrituras, ya que puede fácilmente llegarse a las interpretaciones más extravagantes. Simplemente porque la Biblia usa esta figura retórica no es justificación para alegorizar segmentos enteros de las Escrituras. En el capítulo 5 se habla más de este tema.
Otra figura retórica hallada en las Escrituras es la paradoja, una aparente contradicción. Cuando decimos, por ejemplo, que debemos ser crueles para ser buenos, estamos usando una paradoja. Debido a que la sabiduría de Dios con frecuencia parece carecer de sentido para los seres humanos, hay numerosos usos de paradoja en la Biblia: “todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 16:25). “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1 Ti. 5:6). Ambas descripciones usan la paradoja.
También hay ironía en la Biblia. Una expresión irónica expresa un pensamiento de tal manera que transmite de forma natural el significado opuesto. El sarcasmo, una forma de la ironía, se usa con frecuencia no para ocultar el significado verdadero de una frase, sino para añadirle mayor fuerza. Los comentarios de Elías a los falsos profetas de Baal son sarcásticos o irónicos (1 R. 18:27). Job usó sarcasmo sobre sus críticos: “Ciertamente vosotros sois el pueblo, y con vosotros morirá la sabiduría” (Job 12:2). Jesús empleó la ironía en Lucas 13:33: “es necesario que hoy y mañana y pasado mañana siga mi camino; porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén”.
Una de las figuras retóricas más interesantes y prolíficas en la Biblia es la personificación. Se usa cuando a las cosas se les dan características de personas. Es fácil de reconocer: “ni tu ojo le compadecerá” (Dt. 13:8); “no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha” (Mt. 6:3); “se enlutó la tierra” (Jl. 1:10); “Desde sus órbitas pelearon contra Sísara” (Jue. 5:20); “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron” (Sal. 85:10); “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado” (Stg. 1:15). La forma en que hablamos y escribimos se vería empobrecida sin dicho lenguaje figurativo.
Luego está el antropomorfismo. Esta figura retórica le adscribe características físicas a Dios. Walter Martin, un autor que escribe sobre las sectas, cuenta cómo desafía a los mormones a venir a sus reuniones. Al final de su conferencia sobre el mormonismo, él les da la oportunidad de cuestionarlo. En una ocasión un joven mormón le preguntó al doctor Martin si reconocería a Joseph Smith y a Brigham Young como profetas de Dios si él, el mormón, pudiera demostrar a partir de la Biblia que Dios tiene un cuerpo de carne y hueso (una de las doctrinas heréticas del mormonismo). El doctor Martin estuvo de acuerdo en que desde luego él estaría impresionado si tal idea pudiera demostrarse en la Biblia. A partir de ahí el mormón comenzó a mencionar una cantidad de versículos tales como: Éxodo 33:11, 20, Job 34:21, Santiago 5:4 e Isaías 30:27, versículos que hablan del rostro, los ojos, los oídos y los labios de Dios. “Allí está”, exclamó el mormón. “Dios tiene una nariz, Dios tiene ojos, Dios tiene pies, Dios es un hombre exaltado. Ahora reconozca que tenemos razón. Dios tiene cuerpo”.
Walter Martin le dijo al joven: “¿Y ahora, por favor, podría ir a otro versículo y leerlo con tanta rapidez como ha leído todos los demás? Léame Salmos 91:4”. El mormón lo buscó en su Biblia y leyó: “Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro”. “Aquí tienes”, dijo el doctor Martin: “¡Ahora es una gran gallina! El mismo razonamiento que lo convierte en un hombre lo convierte en una gallina”. El joven se sentó confundido.
“¿No te das cuenta?” dijo el doctor Martin, sacando provecho del momento, “Los versículos que has estado citando son antropomorfismos. Dios no es un hombre exaltado. Dios es un Espíritu. Jesús lo dijo y Él también dijo: “Un espíritu no tiene carne y huesos”. Dios no es un hombre; lo dice Él mismo. Mira Números 23:19: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta”. Cuán cuidadosos debemos ser al reconocer figuras retóricas en la Biblia y al comprenderlas de manera correcta.
Similar al antropomorfismo es la figura conocida como antropopatía, que adscribe sentimientos y pasiones humanos a Dios. No es que Dios necesariamente tenga esos sentimientos, sino que Él ha hablado de ellos para permitirnos comprenderlo. La angustia, la congoja, el regocijo, el arrepentimiento, el enojo, el odio, la venganza, el desagrado, el celo y la lástima son todos adscritos a Él bajo esta figura retórica: “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón” (Gn. 6:6). “Porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso” (Éx. 20:5). Cuando leemos sobre Dios olvidando o pensando o riendo o engendrando o viendo u oliendo o caminando y todas esas actividades, estamos tratando con estas dos figuras: el antropomorfismo y la antropopatía.
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