Las propias palabras de la Biblia, en los idiomas originales y en los documentos autografiados, son “con el aliento de Dios”. Por eso al tratar de averiguar qué es lo que Dios ha dicho con precisión, deberíamos volver al hebreo y al griego originales y al texto más puro disponible.
Este libro está diseñado para ayudar a los hombres y a las mujeres que no pueden hacerlo. Es cierto, los que no saben leer hebreo y griego siempre sufrirán un poco de carencia al exponer las Escrituras. Pero eso en sí mismo no es un problema insuperable. Los estudiantes de la Biblia diligentes cuentan en la actualidad con numerosas ayudas disponibles. Además de las diversas traducciones (de grados que difieren en utilidad y confiabilidad) y de todo tipo de comentarios críticos, podemos recurrir a diccionarios y a obras especializadas que se concentran en las palabras hebreas y griegas originales de la Biblia. (Asegúrese de ver el listado de algunos de ellos al final de este libro.)
Hay tres ayudas que son fundamentales:
- La Concordancia de Strong
- El Léxico Griego-Español del Nuevo Testamento de Alfred E. Tuggy
- El Hebrew-Chaldee Lexicon to the Old Testament Scriptures [Léxico hebreo-caldeo para las Escrituras del Antiguo Testamento] de Gesenius. (En inglés)
Con esos tres libros, complementados por el Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento Exhaustivo de W. E. Vine y el Critical Lexicon [Léxico crítico] de W. E. Bullinger, el estudiante diligente puede adquirir un grado de dominio pasable en cuanto al vocabulario de la Biblia.
Los tres libros principales arriba mencionados proporcionan riqueza de información acerca del original de cada palabra utilizada en la Biblia. Esto es porque en la concordancia de Strong toda palabra de la Biblia está vinculada a un diccionario en la parte de atrás de la concordancia y porque los léxicos de Tuggy y de Gesenius están ligados con el mismo sistema numérico. Media hora con una Biblia y estas tres herramientas convencen a cualquiera del valor y la utilidad de dicho estudio.
Tomemos por ejemplo, la palabra amor. Suponga que estamos leyendo en Juan 21 el desafío del Señor a Pedro después de la resurrección: “Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo…” (v. 15). A partir de la concordancia de Strong, uno descubre que esas dos palabras para expresar amor no son la misma palabra en griego. Uno encuentra la palabra amar y recorre la columna hasta que se topa con Juan 21:15. Encuentra al final de los renglones los números 25 y 5368. La diferencia en los números alerta de inmediato respecto al hecho de que se está tratando aquí con dos palabras diferentes para expresar amor, en el mismo versículo bíblico.
Ahora se dirige al diccionario griego al final de la concordancia, a la segunda sección que trata con las palabras griegas. Busca el número 25 y descubre que la palabra amas proviene de la palabra griega agápe. Busca el número 5368 y halla que la palabra de Pedro era filéo. Es más, el diccionario de Strong presenta un breve comentario sobre cada una de estas palabras griegas, indicando la importancia de la palabra en particular. Como veremos en un momento, este comentario a veces puede estar amplificado por el uso de otros diccionarios.
Cuando el Señor usó la palabra agápe le estaba preguntando a Pedro si lo amaba con un amor profundo, un amor espiritual, un amor divino (vea Jn. 14:21), el amor que exige la ley (Lc. 10:27), el tipo de amor que llevó a Jesús al Calvario.
Pedro, con mucho mayor conocimiento de sí mismo ahora que el que había demostrado cuando había alardeado de que, si bien todos los otros discípulos podían traicionar al Señor, él nunca lo haría, no se atrevió a usar la palabra del Señor para amor. Usó la palabra filéo: “Sí, Señor: Tú sabes que te quiero, que siento afecto por ti”.
La tercera vez que el Señor le hizo a Pedro esa pregunta usó la palabra de Pedro para amor: “Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas (filéo)?” (v. 17). Incluso entonces, Pedro no se atrevió a usar la palabra más elevada para amor. De hecho dijo: “Señor, tú sabes que nunca, jamás podré amarte como Tú me amas a mí, pero te amo tanto como es capaz mi pobre corazón humano. Tú lo sabes, Señor”.
En muchos casos, se puede hallar un comentario más extendido sobre una palabra griega dada en el léxico de Tuggy. Uno solo toma el número de la palabra de la concordancia de Strong, busca ese número en Tuggy y ve qué luz añadida arroja el léxico sobre la palabra. Lo mismo se aplica a las palabras hebreas del Antiguo Testamento. El léxico de Gesenius proporciona un comentario más amplio.
Además, el sistema de numeración de la concordancia de Strong le permite ver dónde más se usa en la Biblia una palabra griega o hebrea. Tomemos la palabra de Pedro, filéo. Al advertir todos los otros lugares donde aparece el número 5368 al final de los renglones bajo “amor” (y sus cognados) se puede comparar el uso de la palabra de Pedro con otros usos de la palabra en el Nuevo Testamento griego. También puede ver con cuánta frecuencia o con cuán poca aparece una palabra dada en el texto original de la Biblia.
Ahora voy a presentar dos estudios extendidos de palabras para demostrar el valor de prestar este tipo de atención a las palabras de las Escrituras.
Para nuestro primer ejemplo, tomemos las palabras para pecado en el Antiguo Testamento hebreo.
En español hay varias palabras que son sinónimo de pecado: iniquidad, maldad, mal, etc. Solemos usar esas palabras de forma descuidada.
El hebreo del Antiguo Testamento tiene aproximadamente una docena de palabras para pecado, que el Espíritu Santo utiliza con gran precisión. Cada palabra es elegida para expresar un matiz diferente de significado. Un conocimiento de estas palabras y de cómo se usaron es útil para comprender bien qué piensa Dios y qué dice sobre los errores humanos. En este estudio vamos a observar estas palabras y vamos a ver cómo las emplea el Espíritu de Dios.
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