Otro problema real creado por la doctrina de la soberanía divina tiene que ver con la voluntad del hombre. Si Dios gobierna Su universo mediante Sus decretos soberanos, ¿cómo es posible que el hombre ejerza la elección libre? Y si no puede ejercer su libertad de elección, ¿cómo puede ser responsable de su conducta? ¿No es una mera marioneta cuyas acciones están determinadas por un Dios que está detrás del escenario y que mueve las cuerdas como le place?
El intento por responder estas preguntas ha dividido claramente a la iglesia cristiana en dos facciones las cuales llevan los nombres de dos distinguidos teólogos, Jacobo Arminio y Juan Calvino. La mayoría de los cristianos están contentos con ponerse en un lado o el otro y negar la soberanía de Dios o el libre albedrío del hombre. Sin embargo parece posible reconciliar estas dos posiciones sin recurrir a la violencia, aunque el esfuerzo que viene a continuación podría probar ser deficiente para partidarios de una facción o la otra.
Este es mi punto de vista: Dios de manera soberana decretó que el hombre sea libre de ejercer su elección moral, y el hombre desde el principio ha cumplido ese decreto tomando su elección entre el bien y el mal. Cuando escoge hacer el mal, no neutraliza la voluntad soberana de Dios sino la cumple, puesto que el decreto eterno decidió no qué elección debería tomar el hombre sino que debería ser libre de tomarla. Si en Su libertad absoluta Dios ha deseado darle libertad limitada al hombre, ¿hay alguien que detenga Su mano y le diga: “¿Qué haces?” La voluntad del hombre es libre porque Dios es soberano. Un Dios que no es soberano no podría derramar libertad moral sobre Sus criaturas. Tendría miedo de hacer eso.
A. W. Tozer, Lo Mejor de A.W. Tozer Libro Dos (Camp Hill, PA: WingSpread, 2007), 32.
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