Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella (Efesios 5.25)
El matrimonio santo de un hombre con una mujer constituye una relación íntima en la que dos personas pueden encontrar gozo sin igual.
Yo pienso que deberían ser muchas las razones por las cuales Dios hizo que el esposo y la esposa fueran una sola carne una vez que se unieran en el matrimonio. La razón más importante para ello es a causa de la influencia que tal unión ejerce sobre los hijos. El regalo más grande y mejor que se les puede dar a los hijos es que sus padres tengan un matrimonio feliz. Los hijos tienen el derecho de crecer en medio del ambiente de protección y seguridad que pueden brindarles los padres al amarse mutuamente. Este amor debe ser tan profundo y hermoso que los hijos deben ser capaces de testificar lo siguiente con toda buena conciencia: “¡Mis padres se aman!”
Sin embargo, resulta un verdadero desastre que los hijos se críen en medio de constantes regaños y peleas. En tales hogares, los hijos siempre vivirán con una pesada carga, al pensar: “¿Vivirán juntos mis padres o se van a divorciar?” A causa de este presentimiento y experiencia, los hijos viven inseguros y eso les estorba en su propio desarrollo.
La inseguridad de un matrimonio infeliz socava el desarrollo mental de un niño y el bienestar de esa familia. Vamos a estudiar sobre el tema de lo que nos toca hacer a los hombres en cuanto a este asunto.
DIOS HA DICHO ASÍ…
Muchos de nosotros no tenemos en nuestras vidas todo el poder y las bendiciones que están disponibles para los hombres debido a que no somos lo suficientemente sabios como para brindarles el cuidado apropiado y el amor necesario a nuestras esposas. Lo que necesitamos tener es un atavío radiante que nos dé gloria como hombres y líderes que somos. Y este atavío radiante es una esposa virtuosa que sea amada por su esposo. Ella le será una gloria a él mientras ella le entrega a su esposo todo su amor. Se ha demostrado que una esposa así andará en santidad, sirviendo a su esposo por amor.
UNA MUJER RADIANTE
Nosotros podemos extraer y aprender bastante de los versículos de esta cita de Efesios. Tal como la esposa de Cristo es radiante (gloriosa), así también debe ser la nuestra, una iglesia gloriosa es siempre una corona para Jesucristo, su gloria. Los avivamientos que marcan la historia de la iglesia han demostrado que esto es una gran verdad.
El rostro de nuestras esposas debe reflejar la gloria que hay en su corazón. En el contexto del cristianismo esta reflexión es mucho más que la felicidad: es la manifestación de lo que está ocurriendo en el corazón de la pareja.
El rostro y el carácter radiante de una esposa alegre le habla a un mundo lleno de matrimonios destruidos, diciéndole: “mi esposo me ama y me cuida muy bien”. De hecho, se puede afirmar que la esposa irradia gozo cuando sabe que su esposo le entrega todo su amor constantemente. O sea, la vida de esta esposa le dice a otros que ella es feliz, que se siente una mujer satisfecha, que desea andar en el camino que la guía su esposo y que se deleita en estar bajo la autoridad y el cuidado espiritual que su esposo le brinda.
(Extracto del libro “La búsqueda de una descendencia para Dios”, Denny Kenaston, págs. 391-407, Literatura Monte Sion). Artículo preparado por Miguel Murillo.
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