¿Por qué ocurre en algunas ocasiones?
(Parte I)
Recientemente, hablé con un pastor desanimado. Sus diáconos no lo estaban apoyando, la congragación era apática, y su esposa se estaba quejando de su salario. Estaba buscando una salida decorosa, una manera de renunciar con dignidad. Él planeaba presentarse como vendedor con una empresa en la que había trabajado antes de ir al seminario. Independientemente de si él había sido llamado al ministerio o no, sentía como si hubiera dado lo mejor de sí, pero a cambio sólo había recibido una experiencia desalentadora.
¿Qué constituye un fracaso?
¿Acaso ese pastor fue un fracaso? La respuesta depende de la perspectiva de cada uno. Existen por lo menos dos tipos de fracaso. Podemos fallar ante los ojos de los hombres y eso lastima nuestro ego. Los que nos encontramos en ministerios públicos somos observados por muchas personas, no hay tal cosa como una renuncia “con discreción”. Y a no ser que el traslado sea hacia una iglesia más grande, somos vistos con frecuencia como unos fracasados.
Por supuesto, es posible fracasar a la vista de los hombres y triunfar ante los ojos de Dios. Pero lo contrario también es posible: Podemos triunfar a los ojos de los hombres y al mismo tiempo fracasar a la vista de Dios. En este segundo tipo de fracaso, podemos convencernos de que nuestro éxito es para la gloria de Dios, pero el motivo encubierto puede seguir siendo el engrandecimiento personal.
Esto lleva a una pregunta: ¿Es posible ser llamado por Dios y no obstante fracasar en nuestro llamado? Sí. Eso es lo que sucedió a los discípulos en Lucas 9.
EL Fracaso de los discípulos
Pedro, Santiago y Juan acababan de bajar del monte de la Transfiguración con el Señor Jesucristo. Una multitud de personas se había reunido para mirar los discípulos liberar a un niño del yugo demoníaco. El padre del niño fue corriendo hasta Cristo, gritando: “Maestro, te ruego que veas a mi hijo, pues es el único que tengo; y sucede que un espíritu le toma, y de repente da voces, y le sacude con violencia, y le hace echar espuma, y estropeándole, a duras penas se aparte de él. Y rogué a tus discípulos que le echasen fuera, y no pudieron” (Lucas 9:38-40)
¡Y NO PUDIERON! Ahí tiene usted un fracaso en el ministerio. Aunque los discípulos querían ver a Dios glorificado, no pudieron realizar el milagro. Algo rescatable de esta situación, es que por lo menos los discípulos se expusieron a la posibilidad del fracaso y no se echaron para atrás. Es mejor fallar haciendo, que fallar por no hacer.
No obstante, fracasaron. ¿Será que fueron más allá de su llamado?, ¿No estaban intentando realizar una tarea por encima de su capacidad y conocimiento? NO. Con anterioridad, Cristo había llamado a los Doce, y Él “les dio poder y autoridad sobre todos los demonios” (Lucas 9:1). Ellos debieron haber sido capaces de echar fuera este demonio desobediente.
¿Acaso estaban fuera de la voluntad de Dios? NO, estaban exactamente donde Dios quería tenerles. Pero algunas veces, mientras que estamos haciendo la voluntad de Dios, experimentaremos algunas de las más grandes dificultades que nunca hemos vivido. Podemos fracasar en la mismísima tarea que el Señor nos ha llamado a hacer.
En una ocasión anterior, se había ordenado a los discípulos que atravesaran el mar de Galilea y se reunieran con Cristo al otro lado. Pero incluso mientras obedecían, tuvieron que afrontar una de las tormentas más violentas en el lago. Sí, muchas veces la voluntad de Dios está cargada de dificultad y peligros, con frecuencia es precisamente el lugar donde experimentaos la mayor oposición.
Pero ahora, cuando los discípulos se encontraban al pie de este monte tratando de echar fuera un demonio, su llamado parecía ineficaz, su comisión no tuvo éxito y su autoridad no funcionó. ¿Por qué? Hay tres razones que salen del texto.
(Tomado y adaptado del Libro “De Pastor a Pastor” de Erwin Lutzer)
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