Mentoría para las Misiones Por Günter Krallmann #10

by | Dic 31, 2017 | Misiones | 0 comments

Mentoría para las Misiones Por Günter Krallmann #10

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IMPLICACIONES MISIOLÓGICAS: LA ASOCIACIÓN COMO ESFUERZO INDISPENSABLE PARA TODOS LOS ESFUERZOS DE DISCIPULADO Jesucristo como el Método La meta global en la mentoría cristiana es levantar líderes cristianos que tengan el patrón del modelo de Jesucristo. Sería una falacia fatal pensar que esta búsqueda diese una opción a ir por diferentes caminos o atajos para conseguir la meta deseada. Como el proverbio africano lo expresa gráficamente, “El amanecer no le llega al hombre dos veces para despertarlo,”68 hay ciertos procesos y eventos que sólo se llevan a cabo una vez. Dios en su gran sabiduría resolvió hacer que el prototipo de mentoría consumado sea una vez y para siempre el único modelo de operación a ser seguido por cada y toda generación siguiente. Indiscutiblemente requiere humildad para voluntariamente adherirse al paradigma de Jesús. La predisposición del hombre a la soberbia y la independencia sugeriría que recurra a la inteligencia humana y la ingenuidad en lugar de estrictamente ajustarse al curso normativo ya señalado en las Escrituras.69 Este reto se incrementa mediante la circunstancia que el ejemplo de Jesús no mostró un amplio espectro de procedimientos adecuados sino sólo un método. Además, no procuró una fórmula abstracta sino un método concreto, de hecho como R. E. Coleman lo dijo de manera suscinta, “Él era Su método.”70 Esa es la razón por la que en nuestros esfuerzos de entrenar líderes cristianos debemos concentrarnos primeramente en ver el impacto presente de la persona de Cristo desatado a través de la actividad del Espíritu Santo y considerar la comunicación de los preceptos teoréticos una prioridad secundaria. Juan el evangelista registró una breve conversación entre Tomás y su Amo la cual surgió durante la Última Cena. Cuando el discípulo preocupado preguntó, “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?,” recibió la respuesta, “Yo soy el camino…” (Jn. 14:5.6). Esta declaración de trascendencia usualmente es interpretada desde un punto de vista evangelístico, resaltando a Jesús como el camino a Dios para salvación. Sin embargo, más que eso, la declaración también revela a Jesús como el camino a Dios para el servicio. Jesús no sólo proveyó el camino por el cual uno puede reconciliarse con Dios, sino también mostró el camino en el cual los hombres pueden trabajar más efectivamente para Dios, incluyendo el reino del entrenamiento de liderazgo. Cualquier mentor que desea resultados fructíferos en sus obreros no puede ver un mejor blanco que la máxima de Juan de andar como Jesús anduvo (cf. 1 Jn. 2:6). Considere por ejemplo la actitud de mentoría positiva de Jesús. En ninguna parte de los Evangelios detectamos algún consejo en el que les diga a los Doce que cuando se comprometan en entrenar a otros deberían actuar desde una actitud positiva. En lugar de ello claramente ilustró este prerrequisito significante a través de la forma en que los manejó como sus entrenados. Expresó en palabras el potencial que imaginó (cf. Jn. 1:42), revelando así su método de la utilización de un principio de mentoría fundamental que el famoso poeta alemán J. W. Goethe capturó en las palabras, “…trate a un hombre como si ya fuese lo que potencialmente podría ser, y hará que sea lo que debería ser.”71 Jesús animó a sus discípulos (cf. Mt. 16:17-19, Hch. 1:8) y de esta forma edificó su confianza y autoimagen. Los corrigió cuando era necesario (Mt. 18:21.22, Mr. 16:14) y pacientemente no se separó de ellos a pesar de sus fallos constantes (cf. Mr. 8:14-21, 9:17-19). Vez tras vez trató con ellos con ternura (Jn. 16:12; cf. Mt. 12:20) y exhibió confianza plena en el moldeo adicional de Dios en ellos (cf. Lc. 22:32, Jn. 14:12). En la respuesta a Tomás mencionada anteriormente Jesús continuó diciendo, “Yo soy el camino, y la verdad…” (Jn. 14:6). No simplemente dijo la verdad (Jn. 8:45), enseñó “con verdad el camino de Dios” (Mt. 22:16) y testificó a la verdad (cf. Jn. 18:37), él era la verdad. Jesucristo encarnó la verdad absoluta que salva, trae entendimiento, satisfacción y paz, la cual dirige, corrige, libera y santifica, la cual no sólo debe ser percibida con la mente, sino también con el corazón (cf. Jn. 12:40). Combinando la proclamación y la personificación el Señor Jesucristo agarró a sus entrenados con la verdad como un concepto llamando a una aprobación mental y una experiencia causando un encuentro con la vida. Los Doce fueron impactados al máximo cuando testificaron la verdad siendo enseñada y simultáneamente evidenciada a través del ejemplo del Maestro en una amplia variedad de contextos de vida reales. Pablo enfatizó el origen divino de la verdad (cf. Ro. 1:25, 15:8) y compartió con los corintios la perspectiva vital que “nada podemos contra la verdad, sino por la verdad” (2 Co. 13:8). La verdad no puede ser cambiada ni abolida. No se espera que los creyentes peleen contra la verdad sino que la testifiquen, para que su poder inherente pueda hacerse sentir. Testificar por Cristo equivale señalarlo como el centro y la manifestación de la verdad divina. Y “el Espíritu de verdad” (Jn. 15:26), que asiste en el proceso de testificación (cf. Jn. 15:26.27), hace que la verdad sea conocida y así glorifica a Jesucristo (Jn. 16:13.14). Adicionalmente Pablo especificó que la verdad necesita ser reconocida (cf. 2 Ti. 2:25.26), creída (cf. 2 Ts. 2:12.13) y obedecida (cf. Ga. 5:7). Les informó a los cristianos en Éfeso que debe ser hablada en amor (cf. 4:15) y les recordó que “la verdad está en Jesús” (4:21). El apóstol hizo que Jesucristo sea el mismo centro de su mensaje; lo predicó (1 Co. 1:23, 2 Co. 1:19), enseñó sobre él (Hch. 28:31), lo representó como la sabiduría, justicia, santidad y redención de los creyentes (1 Co. 1:30). El esfuerzo de entrenamiento de liderazgo cristiano tiene que ser dirigido por una concentración igual en la persona de Jesucristo. Uno se debe enfocar en él como el único modelo, mensaje central y método óptimo para conducir nuestros esfuerzos de mentoría, con el conocimiento que mediante la mediación del Espíritu Santo y nuestra cooperación humilde el Señor Jesucristo será el mentor. Un tercer componente de la respuesta de Jesús a Tomás en Juan 14:6 fue que también se designó como “la vida.” Varios pasajes en el cuarto Evangelio nombraron a Jesús como la fuente de vida eterna (cf. 5:40, 6:35.48, 20:31). Pero al mismo tiempo ejemplificó la existencia humana temporal de la mejor forma. “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres,” comentó el evangelista (1:4). Jesús mismo anunció que sus seguidores poseerían “la luz de la vida” (8:12) y subrayó que de hecho había venido para que las personas “tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (10:10). Mientras estaba en el mundo Jesús exhibió mediante su vida cómo es que los hombres pueden agradar, servir y glorificar a Dios de la mejor forma, cómo es que pueden materializar de mejor forma su potencial dado por Dios y conducir la forma más satisfactoria de existencia al mismo tiempo. “El liderazgo de Jesús no fue un estilo que adoptó, sino una realidad que expresó,” escribió L. Ford. Esta observación concuerda con el pronunciamiento de Pablo en Colosenses 2:17 que dice que, “la realidad, sin embargo, se encuentra en Cristo.” El Señor Jesucristo no introdujo la mentoría como un mero sistema abstracto de pensamiento sino como una realidad de estilo de vida. Más allá de la educación en liderazgo él tuvo como blanco y aseguró la formación del carácter. Conectó la iluminación Intelectual con la asociación íntima, de ese modo exponiendo a sus amigos a un encuentro con una realidad dual intensa y prolongada la cual condujo a una transformación dramática y permanente de sus vidas. Si nos ocupamos del desarrollo de liderazgo espiritual, necesitamos con honestidad sacar a flote la pregunta si nuestro método de entrenamiento provee el apropiado ambiente para que nuestros entrenados experimenten poderosamente este efecto de encuentro doble. La estrategia única para revelar a su Hijo a la humanidad como el camino, la verdad y la vida fue la Encarnación. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros,” nos dice Juan 1:14. A través de la Encarnación Dios entró en la historia de una forma sin precedentes, se hizo disponible para ser oído, visto, conocido y experimentado como nunca antes. En Jesucristo, como Emanuel, Dios manifestó su compañía entre los hombres en medida sin igual, enseñando y bendiciendo a la gente, derrotando y triunfando sobre Satanás. El apóstol Pablo explicó la venida de Jesucristo en la carne: El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Fil. 2:6-8) Jesús, “el Hijo del Hombre” (Mr. 10:45), se identificó completamente con la gente a quien vino a servir, pero sin perder su identidad. Aprendió, trabajó, tuvo hambre, sed y se sintió débil, fue tentado, experimentó la soledad y el dolor, fue menospreciado, criticado y rechazado. Sin embargo es importante darse cuenta que Jesús no sólo se identificó con tales aspectos comunes de humanidad sino también con su ambiente cultural judío en particular. “Dios en Jesús llegó a ser una parte bien compenetrada de un contexto humano específico,” enfatizó C. H. Kraft, “que muchos nunca ni siquiera reconocieron que había venido de un lugar diferente.”73 El comentario de A. H. M. Zahniser, “La encarnación, como camino de comunicación de Dios, ofrece el modelo para la misión a través de las fronteras culturales,”74 abre nuestros ojos al hecho que la encarnación de Cristo estableció patrón por el cual la efectividad de todas las empresas misioneras transculturales tiene que ser medida. Dios inició la causa global de Dios hecha carne y tuvo la intención que continúe de esa forma. Esto es evidente por su aseveración repetida que decía que envió a sus discípulos al mundo tal como Dios lo envió (Jn. 17:18, 20.21). Con respecto a la tarea presente de cumplir la comisión de Cristo deberíamos tener en mente el desafío de Kraft: “Como Jesús se identificó con nosotros, y como su vida ha sido registrada por nosotros, entonces somos capaces de identificarnos recíprocamente con él imitando su vida y método de comunicación del mensaje de Dios.” Y la presencia de Jesús en sus seguidores (cf. Jn. 17:23), la cual posibilitó primero a los Once y posteriormente a la Iglesia Primitiva a perpetuar su misión a través de su testimonio encarnacional semejante a Cristo, no es menos potente hoy. Uno debe tener cuidado de no pasar por alto en esta conexión que tal testimonio encarnacional en proceso de Jesús como el camino, la verdad y la vida sólo puede ser emprendido y sostenido en su autoridad. Relacionando la definición de G. S. Shogren, “La autoridad es el derecho de llevar el control sobre objetos, personas o eventos” con la esfera del ministerio de Jesús, observamos que ejerció autoridad extraordinaria: sobre la naturaleza (e.g. Mr. 4:39), hombres (e.g. Mt. 4:18-22) y tradiciones religiosas (cf. Mr. 4:39), sobre enfermedad (e.g. Mt. 12:15) y muerte (e.g. Lc. 7:14.15), sobre Satanás (e.g. Mt. 4:10.11) y demonios (e.g. Mt. 8:16). Demostró autoridad en su enseñanza (Mt. 7:29), perdonando el pecado (Mr. 2:10) y anunciando juicio (cf. Mt. 11:20-24). Esta autoridad estuvo a disposición de Jesús, porque su Padre celestial se la había transferido en base a su relación íntima (cf. Jn. 17:2, 5:19-22.27). El Maestro a su vez delegó autoridad espiritual a sus seguidores (Mt. 10:1, Lc. 10:19; cf. Mr. 3:15, Mt. 18:18, Jn. 20:23). E incluso ahora el Señor Jesús, que ejerce toda autoridad en el cielo como en la tierra (Mt. 28:18; cf. Col. 2:10), hace que su autoridad esté disponible para todos los que llegan a creer en él (cf. Mr. 16:17.18). Quien sea que se involucre en la mentoría tiene que estar consciente, como J. R. Clinton lo señaló, “que la autoridad espiritual es la autoridad primaria basada en la influencia en el liderazgo.” Nuestra calificación para movernos en autoridad divina no se debe a nuestra experiencia o logros académicos, a la antigüedad o rango, sino es un fruto de nuestra relación con Dios. El fundamento de la autoridad de Jesús no se basaba en la posición o función, sino en la relación y ‘unción.’ Además, la investidura con autoridad espiritual es condicional. El hecho que Dios pueda confiarnos su autoridad dependerá de varios factores como fe, oración, humildad e integridad por ejemplo. Pero una clave especial es la completa sumisión a él (cf. Stgo. 4:7). K. Phillips articuló un principio esencial cuando escribió, “La autoridad que una persona ejercita está determinada por la autoridad a la cual se somete.” Evidentemente el centurión, que tuvo un siervo que Jesús sanó, entendió esta verdad muy bien (cf. Lc. 7:7.8). Como oficial en el ejército romano sabía que su autoridad estaba respaldada por el poderío del imperio romano. De manera similar, cuando nos entregamos a llevar a cabo la Gran Comisión, nosotros, como testigos de Cristo, podemos descansar en la seguridad que su autoridad divina estará allí para cubrirnos. Aunque será crucial permanecer bajo este escudo, y nuestra protección con respecto a esto será nuestra disposición a rendir cuentas primero a Dios y luego a aquellos líderes que él ha puesto por encima y al lado nuestro. Carecer de la utilización de la rendición de cuentas abre la puerta al uso inapropiado de la autoridad espiritual, porque, N. T. Anderson advirtió muy correctamente, “Nadie puede sobrevivir a su propia autoridad inadvertida.” Cuando Jesús caminó en la tierra encarnó la preocupación amorosa de su Padre por la humanidad como: El camino para aquellos que no conocían los propósitos de Dios La verdad para aquellos que estaban en error La vida para aquellos con un vacío de satisfacción verdadera La luz para aquellos que estaban en tinieblas El maestro para los no instruidos El sanados de los enfermos El pastor para aquellos que necesitaban ser conducidos Del mismo modo, hoy en día todo líder cristiano es llamado por su testimonio encarnacional a reflejar a Cristo como la respuesta de Dios a las carencias humanas. A través de tal actividad se mostrará como un miembro moderno del movimiento del Camino (cf. Hch. 9:2, 24:14), el cual desde Pentecostés ha incorporado a todos los que decidieron aceptar a Jesús como el camino por el cual ser salvos y por el cual vivir para la gloria de Dios. Este movimiento servirá como la sal de la tierra y la luz del mundo mientras que permanezca enfocado en la persona del Señor Jesucristo como su fuente y medida.   Mentoría para las Misiones Por Günter Krallmann
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