Mentoría para las Misiones Por Günter Krallmann #8

by | Dic 6, 2017 | Misiones | 0 comments

Mentoría para las Misiones Por Günter Krallmann #8

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IMPLICACIONES MISIOLÓGICAS: LA ASOCIACIÓN COMO ESFUERZO INDISPENSABLE PARA TODOS LOS ESFUERZOS DE DISCIPULADO Jesucristo como el Modelo  Una de las características llamativas de los escritos de Pablo es la frecuencia con la cual se refirió a sí mismo coo un ejemplo a imitar: Por tanto, os ruego que me imitéis. (1 Co. 4:16) Os ruego, hermanos, que os hagáis como yo… (Gá 4:12) Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros. (Fil. 3:17) Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced… (Fil. 4:9)  Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros… (1 Ts. 1:6) Porque vosotros mismos sabéis de qué manera debéis imitarnos… (2 Ts. 3:7) no porque no tuviésemos derecho, sino por daros nosotros mismos un ejemplo para que nos imitaseis. (2 Ts. 3:9) Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste… (2 Ti. 1:13) ¿Qué validó tan alta demanda? Se nos da la respuesta en 1 Corintios 11:1, donde el apóstol resumió su estrategia de discipulado con la directriz concisa, “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” En congruencia con las palabras del Maestro a sus discípulos que era la representación visible de Dios en la tierra (Jn. 14:9; cf. 1:14.18) y un ejemplo que ellos tenían que seguir (cf. Jn. 13:15), Pablo consideró a Jesucristo como “la imagen de Dios” (2 Co. 4:4) y recomendó que lo imiten (cf. e.g. Ro. 15:7, Ef. 5:2.25, Fil. 2:5, Col. 3:13).36 De esta forma podemos deducir de varias observaciones en sus cartas que el apóstol se reprodujo en sus protegidos Timoteo (cf. 1 Co. 4:17) y Tito (cf. 2 Co. 12:18) así como en los creyentes de Corinto (cf. 2 Co. 3:2.3) y Tesalónica (1 Ts. 1:6). Cuando por su parte estos creyentes llegaban a ser ejemplos para otros (1 Ts. 1:7; cf. 1 Ti. 4:12, Tit. 2:7), el anhelo del Señor Jesús de ver su movimiento esparcido en base de la reproducción y multiplicación era poderosamente hecho realidad.
  1. Eims comentó acertadamente, “Pablo sabía que no podía mejorar el método de Jesucristo. Sabía lo que Jesús había hecho y lo siguió con cercanía según lo que sabía.” Mientras que el Maestro estuvo con los Doce, ejemplificó ante sus ojos la totalidad de conocimiento, habilidad y carácter que consideraba como trabajo preliminar para su testimonio auténtico futuro en su nombre. Al observar el modelo de Jesús ellos vieron expresados en él los valores, preceptos y estrategias por las cuales él quería que sean guiados. Ellos reconocieron en su estilo de vida y desempeño en el ministerio el modo de operación que deseaba para cuando orasen, predicasen, enseñen, obren milagros, ganen almas y hagan discípulos. Ellos percibieron en él las actitudes que deseaba que muestren ante todos los que Dios enviaría en sus senderos. La meta mutua perseguida por el Señor Jesús en todas las tres áreas no era otra sino que su semejanza llegue a ser manifiesta en los Doce.
Se apuntó al impacto de la instrucción holística que irradiaba de la compañía del Maestro desarrollando a sus seguidores para que se conviertan en representantes genuinos de la cultura del reino de Dios. Tanto a través de la enseñanza y el ‘modelo de imitación’38 Jesús procuró reconstruir la actitud y comportamiento de los discípulos para que poco a poco lleguen a reflejar la forma en que pensaba, sentía y actuaba. Siendo plenamente consciente que la influencia en el liderazgo espiritual en esencia se levanta menos a partir de lo que uno dice y hace que de la forma de ser de uno, Jesús creó a través de su técnica de discipulado consocional la atmósfera en la que su personalidad podía pegarse y se ‘pegaría’ a sus asociados. Del amplio espectro de las características del carácter que Jesucristo ejemplificó – dentro de ellas amor, fe, humildad, mansedumbre, obediencia, compasión, paciencia, fidelidad, perdón y celo –, dos facetas especialmente relevantes para la práctica del desarrollo de liderazgo merecen una atención individual. La primera es vivir según claras prioridades. “Evidentemente todo lo que Jesús hizo durante su carrera de tres años breve, intensa y enfocada fue hecho deliberadamente para asegurar la cabeza de puente que finalmente cumpliría su estrategia de largo alcance para alcanzar el mundo entero.” Con esta aseveración L. Ford39 capturó bien la suma resolución que caracterizó a las actividades de Cristo en la tierra. Su preocupación primordial fue su relación con su Padre celestial (cf. Lc. 2:49; Jn. 8:29). Simultáneamente consideró los intereses del reino de Dios como de relevancia suprema (cf. Mt. 6:33.10). Robert Moffat, cuyas labores misioneras fieles y extensas en el sur de África fueron grandemente bendecidas por Dios, siguió el precedente del Señor Jesús cuando dijo que consideraba sólo asuntos loables a aquellos que estaban en relación con la gloria y la expansión del reino de Dios. Además, en la búsqueda de Jesús de los asuntos del reino, las relaciones con las personas, y particularmente con sus doce amigos, ocuparon un lugar importante (cf. Mt. 19:13-15, Jn. 4:4-26, Mr. 9:30.31, Lc. 22:15). El uso estratégico del tiempo del Maestro fue singularmente revelador. Los Evangelios lo presentan estando extremadamente ocupado pero nunca apurado, bajo presión pero nunca perdiendo el equilibrio. Ni tampoco se movió prematuramente o actuó demasiado tarde, ni cedió ante la tiranía de lo urgente o la pérdida de tiempo. No se descarriló haciendo actividades de relevancia secundaria (cf. Lc. 12:13.14, Mr. 1:36-38), balanceó el trabajo con el descanso (cf. Mr. 6:31), manejó las interrupciones sabiamente (cf. Mr. 5:21-43, Mt. 14:13-25) y no descuidó su tiempo a solas (cf. Lc. 5:16, 22:39; Mr. 1:35, Lc. 6:12). Tenía mucha razón Ben Hull cuando enfatizó que los “A los cristianos nunca le queda chica la necesidad de lo básico.” Sin duda conducir una existencia marcada por claras prioridades es parte de las necesidades básicas de la vida cristiana, esencialmente es así si la responsabilidad del liderazgo forma parte de ella. La calma perfecta con la cual Jesús emprendió su obra exigente entre los hombres presenta un desafío permanente para cada líder. Este desafío parece más grande cuando nos damos cuenta que al mismo tiempo nunca hizo caso omiso a la urgencia del reino (cf. Jn. 9:4), ese factor cardinal que Moffat obtuvo con su exhortación digna de atención, “Todos tenemos la eternidad para disfrutar nuestra victorias, pero sólo una vida breve en la cual ganarlas.” El otro aspecto que demanda una investigación más elaborada es la actitud de servidumbre. Jesús lo señaló con énfasis singular en Marcos 10:42-45, cuando les dijo a sus doce amigos: Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Para comenzar el Maestro les advirtió a sus entrenados en contra de adoptar un modelo secular de forma de gobierno. Hoy en día todavía existe el mismo peligro, y E. J. Elliston aconseja correctamente, “Los valores y principios de liderazgo cristiano deben venir de una sólida base bíblica en lugar de tan sólo una base de ciencia social. El punto de inicio debe ser la revelación en lugar de la administración o la teoría de liderazgo secular.”43 Luego Jesús continuó bosquejando su propio diseño de liderazgo de siervo. ¿Cuáles son algunas de las características fundamentales de este “nuevo estilo de liderazgo,” como lo llamó J. R. W. Stott? Al referirse a los roles familiares del siervo y del esclavo Jesús dio a entender ciertos rasgos de actitud que deseaba que fueran característicos en el ejercicio de liderazgo venidero de sus seguidores. Para cumplir sus respectivas funciones se esperaba que tanto siervos como esclavos sean atentos, dedicados, humildes, obedientes, fieles y desinteresados. De manera similar Jesús deseaba que sus escogidos practiquen su liderazgo no de forma autoritaria ejerciendo señorío sobre la gente en una posición más alta sino sirviendo humildemente entre ellos. Las bases desde la cuales el liderazgo secular por un lado y el liderazgo espiritual operan son diferentes; para citar a Stott una vez más: “La autoridad por la cual el líder cristiano lidera no es poder sino amor, no fuerza sino ejemplo, no coacción sino persuasión razonada. Los líderes tienen poder, pero el poder sólo es seguro en las manos de aquellos que se humillan para servir.” En el versículo  de la escritura citada anteriormente Jesús fundó el requisito del liderazgo del siervo en el hecho que la servidumbre fue el estilo de vida que él mismo modeló.46 Esto acarrea que todo aquel que asume la responsabilidad del liderazgo cristiano automáticamente viene a estar bajo la obligación de abordar esta tarea de una forma que tenga semejanza a la de Cristo. El verdadero liderazgo espiritual demanda que el líder refleje los atributos de Cristo a todos aquellos que están bajo su cuidado. Además, uno debe reconocer que la servidumbre bíblica ofrece varios mecanismos de protección del carácter incorporados de importancia crucial: la humildad vence la soberbia, la obediencia aparta la independencia, la fidelidad controla la irresponsabilidad, el desinterés neutraliza las aspiraciones egotistas. De la teología de liderazgo de Jesús, la servidumbre representó un componente quintaesencial. Su enfoque principal no era el porvenir del líder al llevar a cabo variadas acciones serviles sino más bien su muestra de un corazón de siervo, primero hacia Jesús como su Maestro y después hacia a aquellos que se le confiaron a él. Sin embargo la servidumbre genuina sólo puede practicarse mediante el poder divino. La compañía permanente de Jesucristo, prometida en la Gran Comisión (Mt. 28:20) y una realidad poderosa desde la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, convierte el ejercicio del liderazgo espiritual en una experiencia inimitable: El amor de Jesucristo hace que sea deseable servir, su sabiduría lo hace razonable, su ejemplo práctico, su consociación posible, su señorío un privilegio. Muy certera es la circunstancia en que a lo largo de la Biblia ‘siervo de Dios’ aparece como el título preferido para aquellos que funcionan en la capacidad de liderazgo espiritual. Abraham fue designado como siervo de Dios (Gn. 26:24), así también Moisés (Éx. 14:31), Josué (Jos. 24:29), David (2 S. 7:5), Ezequías (2 Cr. 32:16), Isaías (Is. 20:3), Jesucristo (Mt. 12:18), Pablo (Tit. 1:1) y Santiago (Stg. 1:1). Desde que el requerimiento “y seréis santos, porque yo soy santo” (Lv. 11:44) fue pronunciado, el desafío de cada líder espiritual ha sido emprender esta responsabilidad no a su modo sino en un modo piadoso, con el estado de siervo de Dios como el medio para asegurar tal fin. Mediante la venida de Jesucristo la naturaleza del liderazgo espiritual fue más especificada puesto que se espera que aquellos que sirven a su causa como líderes lo hagan como testigos auténticos. Ellos tienen que reflejar de manera precisa el paradigma observado en la vida ejemplar de Jesús mediante sus palabras y obras. Vemos en Juan y Simón Pedro un conocimiento preciso de su responsabilidad de reproducir el modelo de Jesús. “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo,” postuló Juan (1 Jn. 2:6), y Pedro escribió para los receptores de su primera carta, “…Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (2:21). No puede haber duda que los discípulos primitivos tomaron el encargo del Señor de emular su prototipo de manera seria. Con Simón Pedro, por ejemplo, encontramos clara evidencia de cuán fervientemente siguió el modelo de Jesús en relación a las prioridades (cf. e.g. Mt. 5:8 y 1 P. 1:15.16; Jn. 9:4 y 2 P. 3:12), preceptos (cf. e.g. Mt. 5:16 y 1 P. 2:12; Mt. 5:11, Lc. 6:27 y 1 P. 3:9) así como el desempeño en el ministerio (cf. e.g. Lc. 19:47 y Hch. 5:42; Mr. 2:11 y Hch. 9:34; Mr. 5:40-42 y Hch. 9:40.41). Y Simón fue quien recomendó el estilo de liderazgo de siervo de Jesús a los ancianos con las directivas: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. (1 P. 5:2.3) La declaración de Pablo de que Jesucristo se le apareció para designarlo “ministro y testigo” (Hch. 26:16), afirmó que él también estaba muy consciente de la doble obligación de combinar los elementos del servicio humilde y el testimonio fiel en sus labores para Dios. El punto convergente para esta doble labor no podía ser otro que el Señor Jesucristo, el único modelo apropiado y digno de imitación. “A la iglesia no se le encargó la tarea de ganar el mundo entero,” explicó R. H. Glover, “sino de testificar al mundo entero; no con la responsabilidad de llevar a todos los hombres a Cristo, sino de llevar a Cristo a todos los hombres.”47 Como obreros de la misión, y siendo específicamente aquellos que tenemos roles de liderazgo, démonos al cumplimiento de este mandato, está bien tener en mente que el testimonio más poderoso que se puede ofrecer al mundo consiste en el establecimiento de un ejemplo semejante a Cristo. El paradigma sublime de Jesucristo, que Dios en su sabiduría ordenó como modelo a ser demostrado a la humanidad, posee un poder atrayente único (cf. Mt. 4:18-22; Jn. 12:32) y un incentivo inherente incomparable para imitar (cf. Mt. 14:25.28.29, Lc. 11:1.2). Por consiguiente, mientras nuestro estilo de vida, bajo el poder de gracia del Espíritu Santo, se aproxima más al ejemplo alternativo del Maestro, testificaremos de manera más efectiva en su nombre y motivaremos a otros a seguirlo. “Es el carácter, valores, actitudes, comportamiento y compromiso de los líderes, mientras reflejan la semejanza a Cristo,” señalaron L. O. Richards y C. Hoeldtke, “lo que provee el modelo atrayente.” Nuestras vidas deben primero mostrar una diferencia, concretamente, semejanza a Cristo, antes que realmente puedan hacer una diferencia. Esto nos ayuda a entender por qué los líderes espirituales del pasado han sido tan agarrados por una pasión de llegar a ser más y más conformes a la imagen de Cristo (cf. Ro. 8:29). En 1857 David Livingstone le dijo a una audiencia en Escocia que su gran objetivo era ser como Jesús e imitarlo tanto como pudiese. James Gilmour, aproximadamente tres décadas después, hizo eco de sus palabras cuando escribió en Mongolia, “El gran pensamiento en mi mente en estos días y el gran objetivo de mi vida, es ser como Cristo.” Un contemporáneo de James Stewart, que hizo una gran obra misionera prolífica en África del sur y central durante la segunda mitad del último siglo, honró a este connotado hombre de Dios como “la primera verdadera manifestación viviente de Cristo que alguna vez conocí…” Cuando la vida de un líder evoca y justifica una evaluación de este tipo, certifica tanto la efectividad de su testimonio y la glorificación del Maestro al que sirve. Mentoría para las Misiones Por Günter Krallmann
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