Mentoría para las Misiones Por Günter Krallmann #3

by | Nov 1, 2017 | Misiones | 0 comments

Mentoría para las Misiones Por Günter Krallmann #3

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La Utilización de la Compañía de Jesucristo al Discipular a los Doce

Su Llamado a la Imitación

 Con la visión de criar “pescadores de hombres” (Mr. 1:17), Jesús movilizó aspirantes adecuados a fin de canalizarlos dentro de un apropiado entrenamiento. Deseando que experimenten una preparación de alta calidad para su capacidad futura, Jesús decidió mantener pequeño el número para asegurar la efectividad del procedimiento que tenía en mente. Según ello seleccionó un núcleo de sólo doce hombres para que reciban y se beneficien de sus tareas de discipulado intensivas.

Como hemos visto, Jesús convirtió a su relación cercana con los Doce en la piedra angular de su entrenamiento. También nos dimos cuenta que atesoraba esta esta cálida compañía tanto que buscó evitar dirigirse a ellos directamente con la palabra técnica ‘discípulos,’ porque no eran estudiantes académicos que iban camino a llegar a ser eruditos de la exégesis y la tradición rabínica, sino sus amigos, íntimamente vinculados con él en una experiencia de compartir la vida. Un proceso dinámico de esta naturaleza, además, no podía ser acertadamente delineado en terminología estática, así el concepto abstracto de ‘discipulado’ no hallaba lugar en el vocabulario de Jesús.

En el centro del efecto formativo que deseaba ejercer en sus protegidos estaba el poder de su personalidad. “Ahora la influencia de la personalidad,” E. Griffith-Jones escribió,38 “nunca puede ser adecuadamente transmitida mediante cualquier otro medio que no sea la personalidad misma.” La consociación fue la avenida que creó Jesús para desatar el impacto pleno de su carácter, acciones y palabras a los Doce. Estampar su personalidad en sus discípulos a través de la asociación con ellos, fue una técnica educacional simple y poco llamativa, pero al mismo tiempo fue el método más natural, profundo y poderoso para influenciarlos en sus propósitos.

  1. Stanley Jones dijo una vez, “El Cristianismo no es simplemente una concepción; también es un contagio.” En su entrenamiento de los Doce Jesús usó este elemento de contagio, el cual W. L.

Duewell llamó “el secreto de todo gran liderazgo de cualquier tipo.” Facilitado por su relación íntima, Jesús y sus discípulos alcanzaron un punto de cercanía donde su espíritu tocó los espíritus de ellos, su corazón trasmitió a los corazones de ellos, para que, por ejemplo, nazca la visión, la visión sea inspirada, el compromiso instalado, la preocupación incrementada y la fe encendida, – en resumen, más allá que la verdad sea enseñada, la actitud era captada. Como no era la intención de Jesús transmitirle sólo información teorética a los Doce, sino producir en ellos verdadera formación de carácter, él, a través de su compañía también llegó a influenciarlos con sus palabras y ejemplo. Las muchas ocasiones en las que los Doce testificaron la vida y actividades de Jesús llegaron a ser un libro de texto con todo incluido del cual podían aprender en un nivel cognitivo y experimental todas las lecciones claves pertinentes a su futuro compromiso con el reino de Dios. Para ellos la observación del ejemplo de Jesús en una multiplicidad de situaciones de vida real, clarificadas y verificadas, les proveyó una prueba visual del sentido práctico de los principios que compartió y les brindó un prototipo que más tarde podían recordar y reproducir en otros escenarios.

El rol de liderazgo básico que Jesús adoptó para el proceso del discipulado de los Doce no fue uno de supervisor orientado a la tarea, sino más bien el de un mentor orientado a las personas. Como tal, exhibió el cuidado más grande por el bienestar y desarrollo de sus entrenados. Estando consciente de que se requería una inversión de tiempo alta y sabia para establecer y mantener relaciones sanas, supervisó cuidadosamente la cantidad y calidad del tiempo que pasó junto con su séquito.

Una característica distintiva de los varios encuentros de Jesús con la gente fue su estima por la hora de las comidas considerándolas como oportunidades extraordinarias para la edificación de relaciones y comunicación en una atmósfera relajada. Vemos esto en sus contactos con el público (cf. Lc. 5:29-32, 7:36-50, 10:38-42, 14:1-23, 19:5-27, Jn. 2:1-11) y también con los discípulos (cf. Jn. 13:2-17:26, 21:9-19, Hch. 1:4). Además, en ciertas ocasiones tomó aparte a los Doce (cf. Mr. 4:34, 4:35.36, 10:32, Lc. 10:23, 18:31). Otras veces consideró indispensable asegurar la privacidad necesaria para instrucción adicional y crecimiento a través de retiros (cf. Mr. 8:10, 9:30.31, Lc. 9:10, Jn. 11:54).

De manera muy natural, el hecho que Jesús por su parte tuviese la intención de presentarle a sus discípulos el ejemplo vivo de lo que quería que llegaran a ser, llamaba a un compromiso de parte de ellos de imitarlo. Este enfoque importante de su relación de aprendizaje con Jesús también se implicó en la imagen favorita de ellos por el discipulado, la idea de ‘seguirlo.’

  1. Barclay explicó cómo en el griego clásico el verbo akoloudséo ocurría con varios matices de significado. Por ejemplo fue empleado en referencia a un soldado que seguía a su comandante y a un esclavo que acompañaba a su amo; podía expresar obediencia a la ley y al consejo de alguien. En el contexto rabínico, ‘seguir’ describía al ‘andar por detrás’ de los estudiantes, estudiantes que iban detrás de su maestro a una distancia respetable, pero la expresión también llevaba la connotación figurativa de ‘ser un discípulo,’ lo cual incluía el diseño de la vida de uno según el rabí respectivo. En lo concerniente a la práctica del discipulado de Jesús, el uso de la palabra fue acortado para que signifique consociación íntima entre Jesús como persona y sus seguidores, con el propósito claro de que su ser se conforme progresivamente a su modelo.

La única profesión de los discípulos, A. Schlatter declaró, era seguir a Jesús. Entonces su hacer era una experiencia instructiva y liberadora. Mientras que el ejemplo de Jesús dio evidencia visual de lo que se necesitaba aprender, su compañía en el entrenamiento estaba encaminada a la implementación apropiada y brindó mecanismos como un plan de estudios fijado, manuales, reglas y regulaciones completamente superfluas. Los discípulos, a causa de su relación de amistad con Jesús, tenían el deseo de agradarle, aceptar su liderazgo, someterse a su guía y obedecer sus instrucciones. Mientras lo seguían de ese modo, Jesús “estampó Su propia imagen en ellos. Fue esto lo que los hizo los hombres que llegaron a ser.”

De pertinencia especial es la observación con respeto a lo que ‘seguir’ realmente significaba, Jesús les proveyó a sus discípulos el ejemplo supremo, porque él mismo enfocó su existencia en seguir a Dios. Al estar vinculado a su Padre celestial en una intimidad única, hizo que su meta manifiesta sea agradarle (Jn. 8:29), glorificarle (Jn. 12:27.28) y obedecerle (Jn. 6:38, 4:34) en todo. Vio la excelencia moral de Dios como el estándar aplicable para sí mismo (cf. Mt. 5:48) y puso las prioridades de su Padre como prioridad en su propia vida también (cf. Mt. 6:9.10, 6:33). Jesús hizo las obras de Dios (Jn. 5:19.36, 14:10, 17:4) y transmitió las palabras de Dios (Jn. 8:26.28, 12:50, 14:24, 17:8.14). Dentro de otros atributos piadosos mostró el amor de Dios (cf. Jn. 15:9), compasión (Mt. 9:36, cf. también Lc. 13:34), ira justa (cf. Mr. 11:15-17) y disposición de perdonar (cf. Lc. 23:34). En resumen, mediante la semejanza a su Padre celestial exhibió a Dios en un modo supremo (cf. Jn. 1:18, 10:30, 12:45, 14:9).

Del modelo provisto por el Maestro que mostraba su ser, hacer y hablar, sus discípulos pudieron beneficiarse en cuanto a conocimiento, habilidad y crecimiento de carácter. Sin duda, fue el área mencionada al último a la cual Jesús dedicó su atención primaria. De hecho, según los registros evangélicos, la comunicación de Jesús en relación a los asuntos ministeriales prácticos fue sorprendentemente escasa, como L. Eims lo notó, “es sorprendente lo poco que Jesús le habló a Sus hombres sobre las habilidades ministeriales. Se especializó en el hombre en lugar de los métodos de ministerio.” Jesús concentró su instrucción más en aquellas actitudes y principios espirituales los cuales están debajo y determinan la conducta, la edificación de relaciones, la aplicación de habilidades y el desempeño ministerial.

Las Escrituras muestran un cuadro de los discípulos que es realista y honesto acerca de ciertas fallas que ellos revelaban, principalmente en el área del carácter. Se nos muestra que eran hombres de poca fe y aprendizaje lento, algunas veces impulsivos, impacientes, discutidores; los vemos temerosos, escépticos y prejuiciosos. El compromiso de Jesús amoroso y paciente para con ellos no implicó la condonación de sus fallas en silencio. Por el contrario, claramente señaló varias debilidades, dentro de ellas una que consideró singularmente perjudicial – la soberbia, “¿qué de bueno podrían hacer estos discípulos como ministros del reino mientras su principal preocupación fuese su lugar en esto?45 Es un indicativo de la mentoría afectiva y considerada de Cristo que nunca haya criticado explícitamente a los Doce por ser soberbios. En lugar de ello dedicó un esfuerzo extraordinario para señalarles repetidamente el antídoto – la humildad.

En Mateo 11:29 Jesús hizo un desafío, “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.” Las denotaciones más amplias de las dos palabras griegas praÿs (“manso”) y tapeinós (“humilde”) sugiere que Jesús aboga para que sus oyentes lo imiten en relación a una actitud mansa, moderada y considerada por un lado y una disposición humilde y modesta por el otro. Este desafío indudablemente tocó un lugar doloroso en las vidas de los discípulos, porque ellos carecían de mansedumbre (cf. e.g. Mt. 19:13, Lc. 9:49, 9:54, Mr. 10:41) y humildad (cf. e.g. Mr. 9:33.34, 10:35-37, Lc. 22:24).

Del libro Mentoría para las Misiones Por Günter Krallmann

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