No soy un puritano. Un hecho que mi familia inmediata y extendida pueden atestiguar fácilmente.
Me gusta divertirme, ver películas, ir al gimnasio, asistir a parques temáticos, alentar al equipo de futbol americano de Alabama (sólo mientras como alitas), y bailar en el automóvil con mis hijos. Sin mostrar complejos puedo decir que vivo y ministro en una Norteamérica del siglo XXI como un norteamericano del siglo XXI. Manejo un automóvil, uso mi tablet, y tengo una adicción no saludable a las redes sociales. Pienso que soy normal.
Pero hay una nueva normalidad. Y eso me asusta. La adicción a la pornografía se está incrementando a gran escala. Los cristianos continuamente son atraídos a las imágenes pornográficas mientras que los ministros tienen miedo de señalar un tema con el cual ellos mismos parecen lidiar. ¡Esto es idolatría! Sacrificamos nuestra pureza en los antiguos altares de Afrodita, Astoret y Venus. ¡Esto es peligroso! Objetivamos a las mujeres (y hombres) como simples objetos sexuales y olvidamos que la vida humana es sagrada. ¡Esto es tonto! Voluntariamente adoramos imágenes de dos dimensiones y honestamente nos preguntamos por qué no tenemos poder estando con el Dios del cielo de nuestro lado. Nuestra sociedad está siendo estrangulada lentamente por este villano ubicuo. Y para que no piense que estoy siendo demasiado dramático simplemente busque en Google “la epidemia de la pornografía.”
¡No me malentienda! No quiero aparecerme como un simple observador que está muy por encima de todo. Yo también tengo mis luchas como cualquier hombre. Cuando veo una hermosa mujer mi mente puede rápidamente extraviarse. Cuando tengo una invitación de amistad venida de una cuenta falsa anhelo darle clic a la imagen para verla mejor. Soy un hombre imperfecto que tengo mis luchas como usted… a diario.
Pero esto es lo que estoy comenzando a aprender…
Las Consecuencias
DEBEMOS ser honestos con respecto a las consecuencias mortales del deseo desenfrenado.
“Puesto que todos luchan con el deseo, las ramificaciones no pueden ser gran cosa.” Esta, mi amigo, es una mentira muy sutil pero creíble. El Pastor Jacobo de Jerusalén dijo enfáticamente, “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.”[1]
Pregúntele al rey David sobre lo que le sucedió a su familia. Pregúntele al rey Salomón sobre lo que le pasó a su reino. Pregúntele al poderoso Sansón sobre lo que le pasó a su poder. Nos sentamos en un estado de impotencia perpetua y nos preguntamos por qué nuestros esquemas y estrategias se caen de golpe. ¿Es posible que subestimemos el daño de nuestro pecado? ¿Nuestras familias serían más fuertes? ¿La nación sería más unida? ¿Nuestras Iglesias estarían haciendo una diferencia más notable? ¡Estoy preguntando!
Quizás no. Quizás la concupiscencia no da a luz el pecado. Quizás no da a luz la muerte. Quizás Jacobo estaba equivocado. Quizás el poder de Dios que estamos viendo es todo lo que alguna vez veremos y todo lo que se nos fue designado a ver.
1 Corintios 9:26-27 Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.
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