VISIÓN GENERAL DE LAS ESCRITURAS JOHN PHILLIPS

by | Nov 6, 2017 | Ministerio | 0 comments

VISIÓN GENERAL DE LAS ESCRITURAS JOHN PHILLIPS

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Debemos ver el todo antes de sumergirnos demasiado en sus partes. Dicho principio puede aplicarse a muchas áreas de estudio y trabajo y es de vital importancia en el estudio de la Biblia. Antes de enfrascarnos demasiado en versículos y textos debemos tener la idea de la Biblia, en su conjunto, firmemente fijada en nuestra mente. Eso incluye todos los temas y contenidos de los diversos libros, por qué se escribieron, cómo se relacionan con otros libros de la Biblia, cómo se relacionan con la historia, etc. En otras palabras, una de las metas principales del estudioso de la Biblia es comprender el todo antes de interpretar las partes.

La Biblia consta de 1.189 capítulos, 23.214 versículos y 773.692 palabras. Tomados en su totalidad presentan una imagen magnífica de los tratos de Dios con la humanidad y de sus propósitos finales para la raza humana. Pero para los que están comenzando a estudiar la Biblia, el tamaño, el alcance y la variedad de las Escrituras pueden resultar confusos.

Piense por un momento en un rompecabezas con miles de piezas que deben encajar unas con otras, cada una con su lugar adecuado en relación al todo. Lo sensato es observar la imagen general en la caja del rompecabezas antes de intentar unir las piezas. Las piezas verdes pueden pertenecer a esos árboles, o a este césped, o al vestido de esa niñita. Las piezas azules pueden pertenecer a un fragmento del cielo, o a un estanque, o a un automóvil azul. Las piezas rojas evidentemente pertenecen al establo, o a esas flores, o a ese tren en el horizonte.

Lo sensato al abordar la Biblia es similar: obtener sus características principales, libro por libro, bien clasificadas antes de ir demasiado lejos.

El lector informal de la Biblia podría pensar fácilmente que, debido a que el libro de Jeremías va justo después del libro de Isaías, los dos están estrechamente ligados en el tiempo. De hecho están separados por aproximadamente un siglo. Cuando Isaías escribió, la escena internacional estaba dominada por Asiria. Cuando escribió Jeremías, Asiria solo era un mal recuerdo y la amenaza era Babilonia. La nación de las diez tribus de Israel había sido desarraigada, y sus pueblos, dispersos; solo Judá quedaba para enfrentar la amenaza del imperialismo babilonio. La situación había cambiado de manera significativa.

Un cambio aún mayor existe entre Malaquías y Mateo. Cuando Malaquías escribió, la nación judía se había vuelto a reunir después del exilio y el futuro era oscuro. Había pasado alrededor de un siglo desde que Hageo y Zacarías habían predicado al resto que había regresado de Israel y un nuevo conjunto de pecados se habían arraigado en la tierra. Entre Malaquías y Mateo hay una brecha de unos 400 años. Cuando Malaquías escribió, los persas aún controlaban el mundo. Cuando escribió Mateo, Persia ya se había ido, habían sido derribadas las problemáticas Egipto y Siria, y Roma regía el mundo.

En los Evangelios leemos acerca de sectas y partidos desconocidos para Malaquías. Leemos sobre escribas, fariseos y saduceos, herodianos. Leemos sobre ciudades palestinas con nombres griegos. El hebreo se ha vuelto una lengua muerta, el idioma de los eruditos, y las Escrituras se leen en griego. Es más, el idioma común de la gente es ahora el arameo. Descubrimos a un idumeo en el trono de David. Nos enfrentamos con un cuerpo religioso gobernante conocido como el Sanedrín. Incluso el templo no es el mismo conocido por Malaquías. En Mateo, encontramos la adoración pública llevada a cabo mayormente en sinagogas. Está creciendo una vasta e incómoda colección de interpretaciones (tanto orales como escritas, luego conocidas como el Talmud) y hasta está reemplazando a las Escrituras en los círculos populares y escolásticos. Tales cambios deben ser entendidos si queremos que la Biblia sea inteligible. Una visión panorámica de la Biblia evitará que los estudiosos se pierdan al abordar este o aquel pasaje de las Escrituras.

El Señor Jesús utilizó este enfoque del estudio de la Biblia con esos dos discípulos suyos desalentados cuando se unió a ellos (aparentemente un total extraño) en el camino a Emaús (Lc. 24). Vertieron en sus oídos la triste historia de sus esperanzas crucificadas. Estaban muy confundidos. Habían pensado que Jesús realmente era el Mesías pero el Calvario había terminado con todo eso. Es cierto, historias de una resurrección se oían en Jerusalén desde el amanecer, pero desde luego nadie podía tomarlas en serio.

La respuesta del Señor fue darles una visión general de lo que decían en realidad las Escrituras sobre Cristo: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lc. 24:27). De ese modo Él les brindó una perspectiva correcta. Ellos solo habían pensado en un Mesías soberano, Él les mostró un Mesías sufriente. Ellos solo habían pensado en alguien que sería coronado; Él les mostró a alguien que también podía ser crucificado. Él reemplazó su ignorancia por verdad. La imagen más amplia reveló a un Redentor así como a un Gobernador.

El enfoque de la visión general respecto a las Escrituras coloca las cosas en perspectiva. Le ahorra al estudioso un error ridículo y en ocasiones grave. En Zacarías 3, por ejemplo, leemos sobre Josué de pie frente al Señor vistiendo ropas inmundas. Un predicador expresó su asombro de que Josué, después de haber sido un líder tan notable, de haber tenido tan buen entrenamiento de Moisés y de haber conducido a Israel a la Tierra Prometida, se hubiera permitido rebajarse como para aparecer frente a Dios en una condición tan miserable. Si hubiera conocido mejor su Biblia, no hubiera cometido un error tan notorio. Hay dos Josués notables en el Antiguo Testamento: uno era un soldado, el otro un sacerdote; uno fue cautivo en Egipto, el otro, cautivo en Babilonia; uno vivió en la época del éxodo, el otro mil años más tarde al final del exilio.

Equivocaciones similares pueden producirse con las diversas Marías y Herodes del Nuevo Testamento. Había tres Marías en la cruz: la madre del Señor, María Magdalena y María, la esposa de Cleofas. Resulta interesante el hecho de que María de Betania no estuviera allí. Ya había celebrado sus ritos del funeral (Mt. 26:7; Mr. 14:3; Jn. 11, 12:1-9), que habían sido encomendadas por el Señor y estaba anticipándose a la resurrección. María, la madre de Marcos, no es mencionada en los Evangelios ni tampoco la otra María que residía en Roma y que era amiga de Pablo y de sus compañeros.

En cuanto a los Herodes, eran una familia complicada. Estaba Herodes el Grande, que masacró a los niños varones de Belén; Herodes Felipe I, cuya esposa Herodías y cuya hija Salomé lo abandonaron para irse con Herodes Antipas, el Herodes que asesinó a Juan el Bautista y ante quien fue enviado Cristo para su juicio. Está Herodes Agripa I, quien martirizó a Santiago y planificó la ejecución de Pedro, y quien fue comido por los gusanos. Está Herodes Agripa II, el “último rey de los judíos”, quien oyó la defensa de Pablo antes de que éste fuera enviado a Roma para comparecer frente a Nerón.

Antes de iniciar un estudio versículo a versículo de cualquier pasaje o libro de las Escrituras, es fundamental tener una visión general. Algunos libros de la Biblia continuarán siendo un misterio a no ser que se dominen primero sus bosquejos. Un ejemplo notable de esto es el libro de Apocalipsis. Muchas cosas necias se han dicho sobre este libro, en boca de personas que nunca han dominado sus patrones principales. En primer lugar, las escenas se alternan entre el cielo y la tierra, así que siempre es importante advertir desde qué posición se están observando los hechos. Luego, también, la cronología real del libro se ve interrumpida de forma constante por secciones parentéticas, algunas breves, pero hay otras que se extienden por toda una serie de capítulos; algunas se refieren a eventos del pasado en la cronología y otras se anticipan y saltan hacia delante. A no ser que estos paréntesis se disciernan con claridad y se comprenda de manera correcta su posición en relación al drama general, el libro de Apocalipsis permanecerá confuso e ininteligible.

Si una persona decidiera conducir desde Chicago a Los Ángeles, primero miraría un mapa de los Estados Unidos para ver qué rutas le convienen más. Luego, miraría mapas estatales para ver qué problemas en especial encontraría en su camino. Finalmente, analizaría varios mapas de la ciudad para decidir qué atajos o carreteras debería tomar o evitar. Pasaría, pués, de la imagen general a la particular. Así debemos proceder con el estudio bíblico: de lo general a lo particular, de una visión general a los detalles, de una imagen generalizada al análisis.

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