El predicador debe leer la Palabra de Dios en privado

by | Dic 27, 2016 | Ministerio | 0 comments

El predicador debe leer la Palabra de Dios en privado

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Ocúpate en la lectura” (l Tim. 4:13). Esta es una de las áreas más descuidadas en la vida del ministro. ¡El diablo se encarga de eso! Él sabe que si puede distraernos o desviarnos de esta cita diaria con nuestro Señor las consecuencias serán derrota, desesperación y desastre.

Después de años de experiencia cristiana, el consagrado Jorge Müller confesó:

“Vi con más claridad que nunca que el principal y gran negocio que yo debía atender cada día era hacer que mi alma fuese feliz en el Señor. Mi primera preocupación no era cuánto podía yo servir al Señor… sino cómo podía lograr que mi alma entrara en un estado de felicidad, y cómo mi vida interior podía ser alimentada”.

El señor Müller llegó a darse cuenta de que su negocio, cada día, era meditar en la Palabra de Dios, buscando, por decirlo así, en cada versículo alimento para su alma. Él supo el significado de la declaración del Señor Jesús: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4).

Sin este sustento celestial, es imposible que el predicador sirva victoriosamente en un mundo dominado por el mal. Ciertamente esa fue la preocupación del apóstol por Timoteo. Pablo le recuerda a su colega que “todos los quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución y que los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (vv, 12-13).

La lectura privada y devocional de la Palabra de Dios debe realizarse en un momento y en un lugar diferentes al de nuestros hábitos disciplinarios de estudio y preparación del sermón. La actitud personal y la necesidad espiritual deben concordar con el grito interior del salmista: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal. 42:2).

El siguiente procedimiento puede ser de mucha ayuda para algunos:

Espere Samuel Chadwick hizo la siguiente advertencia: “la prisa es la muerte de la oración”, y así es. Unos pocos minutos en apacible espera en DlOS producirán mucho más provecho que un período más largo con el ojo puesto en el reloj. Espere en Dios: para sentir su presencia, buscar su propósito, y percibir el poder de Dios en su vida.

LeaEn este momento, reverentemente abra la Biblia y lea la porción del día; con esto queremos decir, toda la porción para el día. Debe observar un sistema y una secuencia. El valor de leer la Palabra de Dios ¡a menudo se pierde con el método de “búsqueda por suerte”! Por tanto, planee su lectura pasaje por pasaje, o capítulo por capítulo. Recuerde que una corta porción bien leída es mejor que un recorrido superficial de uno o más capítulos.

Piense – Después de leer la porción varias veces (de manera extensa, cuidadosa y luego, meditada) hágase estas preguntas personales: ¿Hay alguna promesa que reclamar? ¿alguna lección que aprender? ¿una bendición que disfrutar? ¿un mandato que obedecer? ¿algún pecado que evitar? ¿una nueva revelación de Dios en Cristo, o el Espíritu Santo? ¿un nuevo pensamiento acerca del diablo? ¿Cuáles el pensamiento de hoy? Tal reflexión entregada a la oración bajo el control del Espíritu Santo nunca fallará en revelar una palabra del Señor.

EscribaLos psicólogos dicen que no hay impresión sin expresión; y recíprocamente, no hay expresión sin impresión. Por tanto, es provechoso probar y confirmar sobre el papel las impresiones que Dios nos da. ¡Tal práctica nunca debe pasar a ser la preparación de un sermón o un ensayo! Tal cosa robaría a la meditación su verdadero reto y propósito. Lo que sugerimos es que usted registre brevemente los pensamientos descubiertos, en forma devocional, para la apropiación personal y la aplicación práctica.

OreAhora convierta la meditación en oración, y ore a Dios hasta que su voluntad se haya ajustado a la voluntad de Dios en términos de todo lo que el Espíritu Santo nuevamente le haya revelado. En este punto usted habrá abierto el cielo a toda dimensión de la oración, pues Jesús dijo: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7, énfasis de los autores).

El apóstol Pablo descifra las dimensiones de la oración al enumerar cuatro de las siete diferentes palabras griegas usadas para la oración en el Nuevo Testamento: “rogativas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias” (1 Tim. 2:1). Oración confesional o “rogativas” lleva la idea de deseo o necesidad; en oración, confesamos a Dios nuestros deseos y necesidades. Después está la oración de consagración. “Oraciones” es la palabra más general para la oración, pero se usa exclusivamente para nuestra comunicación con Dios; por tanto, hace énfasis en lo sagrado de la oración y en la necesidad de reverencia y adoración en nuestras devociones. Sigue la oración conversacional: “intercesiones.” Aunque está traducida como “petición” (oración, 1 Tim. 4:5), su significado básico es “reunirse con para conversar” (W. E. Vine). ¿Con qué frecuencia tomamos tiempo para “conversar” con nuestro Padre Celestial? Finalmente, está la oración de celebración: “acciones de gracias”. Esta es una dimensión de la oración que nunca debiera faltar en nuestro trato con Dios. La acción de gracias no debería meramente dar término a una “oración egoísta”. La acción de gracias debería ser la actividad normal de un corazón agradecido y adorador. El arzobispo Trench nos recuerda que este es un aspecto de la oración que ha de continuar hasta la eternidad, donde será “más llena, extensa y profunda que aquí”.’ Como lo hizo el Elías de antaño, debemos probar, día a día, que “la oración eficaz del justo puede mucho.” (Sant. 5:16). Como predicador, recuerde las palabras de Jesús: “sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Luc. 18:1). Si usted no está orando está desmayando.

CompartaAl salir del lugar de oración, tome la resolución de compartir con alguien lo bueno de su tiempo de meditación durante el día. Esto puede hacerse de muchas maneras: por medio de la conversación con el pueblo de Dios, por medio del evangelismo personal, y al escribir, etc. No usar lo que el Señor le ha dado es simplemente adquirir conocimiento que envanece (1 Coro 8:1). Como se ve en el desierto, los israelitas que guardaron el maná, hallaron que había criado gusanos (Ex. 16:20). 

Hemos visto que crecer “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef 4:13) es una disciplina devocional diaria. Por tanto, como el siervo de Jehová (el Señor Jesús mismo), debemos poder decir: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios. Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás” (Isa. 50:4-5; ver también Mar. 1:35). Jesús nunca faltó a su tiempo devocional. ¿Nos arriesgamos nosotros a hacer menos? Se calcula que el pastor promedio pasa menos de diez minutos cada día en esta disciplina devocional ¡Qué Dios tenga misericordia de nosotros!

El llamamiento de Pablo a la permanencia en la Palabra debe hermanarse con la obediencia a la Palabra de Dios. Pablo acentúa que las Sagradas Escrituras nos hacen sabios “para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (v, 15). La Escritura solamente obra en la vida cuando se une con la obediencia de la fe. El escritor a los Hebreos habla de los que nunca entran plenamente en la bendición del pacto de Dios porque la Palabra no estaba “acompañada de fe” (Heb. 4:2). No hay sustituto para la fe-obediencia. Jesús lo aclaró muy bien cuando expresó: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Y el apóstol Santiago manda con claridad: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Sant. 1:22-25). Usted observará que la bendición sigue a la obediencia. ¡Qué ciertas son las palabras de John Sammis!

Obedecer, y confiar en Jesús,

Es la regla marcada para andar en la luz.

Del libro “Guía de la Predicación Expositiva” por Stephen L. Olford

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