¿De dónde viene el concepto de una invitación al final de la predica? Parte #2

by | Jun 2, 2017 | Ministerio | 0 comments

¿De dónde viene el concepto de una invitación al final de la predica? Parte #2

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La práctica de pasar adelante voluntariamente como evidencia de intención también comenzó a ser un patrón aceptado alrededor del mismo tiempo. George Kinard le escribió al obispo Asbury el 20 de junio de 1800: “El domingo posterior al que se fue de aquí (Duck Creek, Delaware), alrededor de ciento nueve personas pasaron adelante y rogaron ser admitidos en nuestra sociedad.” (George Kinard, Letter en Extracts of Letters, p. 3, citado en Wade C. Barclay, History of Methodist Missions, Part I, Early American Methodism, 1769-1844, II (New York, 1950), p. 323) John Brodhead indicó que “ochenta y tres pasaron adelante y se unieron a la sociedad” después que predicó al aire libre a una gran congregación en Athens, Connecticut, el 18 de mayo de 1801 (Ibid.) En un ágape realizado bajo la sombra de árboles cerca de una iglesia en Delaware el 24 de mayo de 1801, el reverendo William Colbert cantó y oró después del sermón y posteriormente “le hizo el pedido a las personas afligidas a que pasen adelante y busquen al Señor para que convierta sus almas.” En respuesta a su invitación, “varios pasaron adelante y acudieron a la iglesia ” donde “pasó un tiempo con ellos en oración” antes que los despidiese. Aquí estaba una instancia primitiva donde se usaba el principio del cuarto de consulta. Nuevamente el 18 de abril de 1802, en una iglesia llena, el Sr. Colbert dijo “un gran número de dolientes vino a nosotros en oración cuando se dio la invitación.” (William Colbert, Journal, citado en John Atkinson, Centennial History of American Methodism (New York, 1884), nota a pie de página, p. 468.) Similarmente, el predicador itinerante metodista Henry Smith registró en su diario del domingo 29 de mayo de 1803: Después que le hube hablado a la clase abrí la puerta para recibir a los miembros dentro de la sociedad. Nadie parecía dispuesto a unirse. Luego le propuse a aquellos que estaban afligidos que conozcan del amor de Dios pasando adelante y arrodillándose. Ocho o diez se acercaron. (Henry Smith, citado en Ibid., p. 469.)

De manera seria aquí la invitación les preguntaba a las personas sobre su salvación y que demuestren su deseo pasando al frente del santuario ante la vista de la congregación.

El plan de invitar a los buscadores a una “banca de los afligidos” o “banca ansiosa” parece haberse desarrollado en relación con esta invitación a pasar adelante. Derivó su nombre de la banca que sería puesta en frente de la congregación o los asientos de adelante dentro de la iglesia los cuales estarían vacíos para servir como un altar donde los pecadores penitentes podrían acudir para presentar sus súplicas a Dios. Henry Boehm, el venerado predicador metodista pionero, observó el uso de esta técnica a principios del año 1800 durante un gran avivamiento en el circuito Cecil, Maryland, donde William P. Chandler “fue el predicador que estuvo a cargo.” Al comentar sobre la efectividad de este nuevo método de reunir almas, dijo: Fue una gran ventaja porque, con los buscadores dispersos en la congregación, era difícil darles una atención apropiada. Al juntarlos, aquellos que querían instruirlos y animarlos podían tener acceso. En la primera parte del avivamiento vi a doce hombres arrodillarse en la banca de los afligidos, y todos fueron convertidos rápidamente (Henry Boehm, declaración dada oralmente a John Atkinson, y registrada en in Ibid p. 469.)

Cuando el procedimiento de avivamiento llegó a ser más estandarizado, el método de conducir a la gente a la banca de los afligidos también llegó a ser más sistemático. En una reunión campestre en el circuito de Baltimore en 1806, se designó un “guardia oficial” para “llevar adelante a los afligidos y admitirlos” en un recinto bien provisto con bancas,” donde había personas activas listas para recibirlos y ayudarles a llegar a Jesús,” (Henry Smith, 11 de noviembre, 1806, citado en el escrito de W. W. Sweet, Religion in the Development of American Culture, 1763-1840 (New York, 1952), p. 151.) Estos reportes presenciales refutan la creencia frecuentemente aceptada que la banca de los afligidos fue ideada durante el invierno de 1807 en una capilla repleta de la ciudad de Nueva York “para permitir que los santos traten con los buscadores de manera más conveniente,” (Timothy L Smith, Revivalism and Social Reform (New York, 1957), p. 46; citando la investigación anterior de Frank Granville Beardsley, A History of American Revivals (New York, 1904), pp. 194-195) aunque la evidencia que apoya esta opinión muestra cómo se estuvo difundiendo la idea de la banca de los afligidos. Lo mismo se puede decir de la teoría de que esta costumbre tuvo su origen posteriormente en remotas reuniones campestres en Norteamérica. (Punto de vista sostenido por Paul Samuel Sanders, An Appraisal of John Wesley’s Sacramentalism in the Evolution of Early American Methodism (Unpublished Th. D. Thesis, Union Theological Seminary, 1954), p. 389. El Dr. Sanders se refiere a la descripción hecha por el capitán Marryat sobre una reunión campestre metodista en 1812 para ilustrar su punto, en Halford F Luccock y Paul Hutchinson, The Story of Methodism (New York, 1946), p. 253 f.) La idea que la “banca ansiosa” fue una “nueva medida” de Charles G. Finney, aseverada en los años 1820 y 1830 por hombres prominentes como Asahel Nettleton y Lyman Beecher, si no lo hacía el mismo Finney, (“Charles G. Finney, Memoirs (New York, 1876), p. 288 f ; véase W. W. Sweet, Revivalism in America (New York, 1945), pp. 135, 136; cf. interpretación incorrecta de esta referencia hecha por P. S. Sanders, que pensó que Sweet le atribuyó el origen de la banca de los afligidos a Finney, Sanders, op. cit., p. 358. ) aun cuando de hecho no tiene base, muestra cómo se estaba adoptando el método en la iglesia, especialmente en la rama del avivamiento.

En lugar de “la banca de los afligidos,” algunas veces las personas afligidas serían invitadas a venir a la comunión para orar de lo cual derivó la asociación del “llamado al altar.” (Una teoría plausible sugerida por el Dr. Sanders, aunque su cronología en los orígenes es inadecuada. Sanders, op. cit., p. 357) Esto se aplicó particularmente a aquellas iglesias que tenían un altar construido al frente del santuario donde los comulgantes podían recibir el sacramento de la cena del Señor. Una de las primeras personas en extender tal invitación fue el reverendo Richard Sneath en la vieja Iglesia Metodista St. George en Filadelfia el 25 de enero de 1801. En una carta al Dr. Coke, el Sr. Sneath le cuenta esta experiencia: Después que el Sr. Cooper hubo terminado de predicar invité a todos los dolientes a acercarse a la mesa de comunión para que pudiéramos orar por ellos en particular. Me di cuenta que esto era útil porque quitó la vergüenza que a menudo estorba a los pecadores para venir a Cristo y emocionarlos en el ejercicio de la fe. Alrededor de 30 profesaron ser convertidos y veintiséis se unieron a la sociedad. (Richard Sneath, Letter to Dr. Coke, 5 de octubre. 1802, impreso en The Methodist Magazine, 1803, XXVI, p. 373.)

El llamado al altar pronto llegó a ser una observancia común en la iglesia, y entre los metodistas, por lo menos, virtualmente llegó a ser una práctica universal.

No es difícil ver por qué la petición de pasar al altar ha ganado tal favor popular. El sacramento cristiano donde se conmemora la última cena siempre ha sido altamente reverenciado por la mayoría de norteamericanos y este sentimiento no estuvo en ninguna parte más localizado que en el altar. Así, para aquellos que ya sostenían que el altar era sagrado, la invitación para que los pecadores vengan a encontrar paz era casi una petición sacramental. (El Dr. Sanders en su amplio estudio sobre el sacramentalismo en la evolución del metodismo norteamericano primitivo concluyó que “los metodistas primitivos vieron el mismo valor psicológico de un buscador penitente viniendo al altar por ayuda que lo que Wesley vio en un buscador haciendo el movimiento de levantarse, avanzar, arrodillarse, agarrar y comer el pan y el vino,” Sanders, op. cit., p. 359.) De hecho esto presentó un escenario ideal para el evangelismo. Los ejemplos de ocasiones sacramentales convertidas en avivamientos son numerosos en la historia norteamericana. Un ejemplo rutinario de esto fue reportado por el obispo Whatcoat en su diario del 8 de noviembre de 1789. Escribió que “el poder de Dios descendió” poderosamente durante la administración del sacramento en una conferencia trimestral, haciendo que se interrumpa el culto, y después que predicó el obispo Asbury, la gente “comenzó a alabar al Señor e invocar Su Nombre.” Expresó su esperanza que muchos le pusieran fecha de su conversión en esa reunión. (Richard Whatcoat, Journal, in W. W. Sweet, ‘The Methodists,” op. cit., pp. 84, 85.) Es interesante ver que las primeras reuniones campestres en el occidente surgieron de los avivamientos los cuales saltaron repentinamente en los servicios de la iglesia donde la cena del Señor era administrada. El más famoso de todos ellos, la reunión Cane Ridge en Kentucky, que atrajo quizás a 25,000 personas al condado de Bourbon en 1801, comenzó como un servicio anual de comunión presbiteriana y terminó con bautistas, metodistas y presbiterianos unidos en adoración, y los dos últimos en comunión. (Véase P. S. Sanders, op. cit., pp. 352, 353; Thomas Campbell, op. cit., pp. 45, 46;. cf. C. C. Cleveland, op. cit., 62 ff., 76 ff.) En estas reuniones campestres, la mesa donde se servían los “elementos” e incluso la baranda o cerco que lo separaba de otro mobiliario en el suelo, era para los campesinos un lugar donde las almas penitentes podrían venir para encontrar perdón y ayuda en tiempos de necesidad.

Todos los ingredientes básicos en el “llamado al altar” contemporáneo se ven en estas técnicas evangelísticas desarrolladas en los grandes avivamientos ocurridos a inicios del siglo XIX. En los últimos ciento cincuenta años la petición de algún modo se ha pulido y se han añadido algunas ideas promocionales como el levantar las manos o firmar una tarjeta, pero el patrón esencial de dar la invitación pública permanece inalterable. No sólo “el llamado al altar” se ha convertido virtualmente en un procedimiento indispensable del evangelista profesional, sino también “La Invitación al Discipulado Cristiano” ha llegado a ser un orden de adoración aceptado en prácticamente todas las iglesias protestantes, particularmente en las comuniones no litúrgicas. Es cierto que en la última mitad del siglo ha habido un refinamiento definido de este concepto dentro del creciente movimiento litúrgico, y ha habido una eliminación gradual de parte de algunos de los teólogos más sofisticados. Finalmente quizás a partir de este movimiento surgirá una invitación nueva e incluso más indígena. Pero, le guste o no, hasta que se pueda encontrar un método evangelista más apropiado para el temperamento y las aspiraciones del pueblo norteamericano, es probable que “el llamado al altar,” de origen y sabor a avivamientos, permanezca como una parte vital de la adoración evangélica.

del “El Origen del Llamado al Altar en el Metodismo Norteamericano. Un Estudio Histórico” por Robert E. Coleman

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