COSAS QUE DIFIEREN JOHN PHILLIPS #2

by | Dic 25, 2017 | Ministerio | 0 comments

POSICIÓN Y ESTADO La posición del creyente es “en Cristo” (una expresión paulina favorita) y por ende, es perfecta. Sin embargo, su estado, su condición real espiritual en cualquier momento dado, puede estar lejos de la perfección. Antes de su conversión, el creyente era un hombre natural que no comprendía las cosas espirituales. Después de aceptar a Cristo puede que sea un hombre espiritual o un hombre carnal, según sea la medida de su respuesta al Espíritu Santo que mora en él.

La posición de un creyente deriva de la obra terminada de Cristo. Es perfecta y entera desde el momento en que confiamos en Cristo. Nada puede alterar eso. Tenemos nuestra posición únicamente a través de la fe. La posición del creyente más débil es tan segura como la del apóstol más ilustre. “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12). “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él” (1 Jn. 3:2). “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro. 5:1-2).

El estado de un creyente, por otra parte, puede fluctuar de día en día y de momento a momento. “De manera que yo, hermanos, no puede hablaros como a espirituales, sino como a carnales…, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Co. 3:1-3).

LAS DOS RESURRECCIONES Resucitarán todos los muertos pero no todos al mismo tiempo. Hay dos resurrecciones. Jesús declaró: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Jn. 5:28-29).

La primera resurrección se produce en tres etapas. Primero están las primicias. Las primicias de la resurrección ya han pasado. En el momento de la muerte de Cristo leemos que “y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido se levantaron; y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (Mt. 27:52-53).

La segunda fase de esta resurrección puede asemejarse a la cosecha. Ante la aparición del Señor Jesús en el aire en busca de sus santos, los creyentes resucitarán para reunirse con el Señor en el aire en lo que generalmente es denominado “el arrebatamiento”. Luego aparecerán ante el asiento de juicio de Cristo e irán a la cena de bodas del Cordero (1 Ts. 4:13-17; Ap. 19:7-9).

La fase final de esta resurrección puede asemejarse a la recolección. Durante el período de tribulación muchos se volverán creyentes y muchos serán martirizados por su fe en Cristo (Ap. 7). Esto incluirá a los dos testigos (Ap. 11:1-12) y a la gran hueste de los asesinados por las dos bestias (Ap. 20:4). Todos estos serán resucitados cuando les llegue su turno.

Luego está la resurrección final. Después del milenio los muertos malvados de todas las épocas serán resucitados para su juicio. “Los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años” (Ap. 20:5). Los que fueron resucitados en este juicio se presentarán ante el gran trono blanco para ser juzgados y maldecidos (Ap. 20:11-15). Esto incluye a todos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero.

LOS CUATRO JUICIOS En la Biblia se mencionan cuatro juicios futuros y deben distinguirse uno del otro. Advierta siempre los sujetos, el lugar, el tiempo y los resultados de un juicio.

  1. La Biblia habla del juicio del pecado. El pecado del creyente ya ha sido juzgado en la cruz. Leemos que el Señor Jesús “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 P. 2:24). No hay “ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús” (Ro. 8:1). El juicio del creyente es cosa del pasado para siempre, en lo que se refiere a los pecados.

 

  1. Sin embargo, la Biblia habla del juicio de los santos. Hay una diferencia, como hemos visto, entre la posición y el estado del creyente. El juicio de los creyentes tiene que ver con su estado. Para los santos, el juicio prosigue en dos líneas.

En primer lugar, hay un juicio como hijos de Dios, un juicio que debe tener lugar en esta vida. Todas las personas nacidas en este mundo tienen una naturaleza que no puede hacer nada correctamente a los ojos de Dios, por lo menos nada que Dios pueda llamar “bueno” porque los mejores esfuerzos de los seres humanos están manchados por su naturaleza caída. “En mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”, escribió Pablo. Nacemos con una naturaleza pecaminosa, una tendencia innata a hacer lo que está mal.

Cuando una persona nace de nuevo y se convierte en un hijo de Dios, él o ella reciben una naturaleza nueva. La naturaleza vieja no es erradicada, sino que una naturaleza nueva se sitúa al lado de ella, una naturaleza divina, la naturaleza de Dios mismo, una naturaleza que no puede hacer el mal. “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Jn. 3:9). “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios” (1 P. 1:23). Estas dos naturalezas, en el creyente, están en guerra, según nos enteramos no solo por Romanos 7, sino por la amarga experiencia personal. El pecado es el principio enraizado dentro de nosotros mismos; los pecados son los frutos externos del pecado en la vida. Debemos juzgar constantemente estos pecados mientras el Espíritu Santo nos condena por ellos. “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Co. 11:31-32). “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9).

Alan Redpath cuenta de su visita a un hogar donde había dos niños varones. Una noche los padres fueron a unos servicios especiales en la Iglesia y dejaron solos a los dos niños. Cuando regresaron a casa, ésta estaba extrañamente en silencio. Al investigar, descubrieron que un jarrón valioso se había roto y que los trozos y pedazos estaban reunidos y apilados sobre la mesa. Junto con los restos del jarrón había una nota. Decía: “Queridos mamá y papá, lo sentimos muchísimo. Nosotros rompimos el jarrón. Nos hemos ido a la cama sin cenar. Firmado: Jimmy y Joe”. “¿Piensa acaso”, pregunta Redpath: “que el padre de los niños subió al cuarto, los sacudió fuera de la cama y los castigó por lo que habían hecho? ¡Por supuesto que no! Ellos se habían juzgado a sí mismos y no había lugar para la venganza”. Es nuestro deber juzgarnos a nosotros mismos para no tener que enfrentar el castigo de nuestro Padre.

En segundo lugar, junto con este juicio de los creyentes como hijos de Dios aquí y ahora en esta vida, hay un juicio venidero de los creyentes como siervos de Dios. Que Cristo murió por nuestros pecados es verdad, pero nuestras obras como creyentes serán juzgadas. La vida y las obras de cada hijo de Dios se revisarán en el asiento del juicio de Cristo después del arrebatamiento de la Iglesia: “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Co. 5:9-10). “Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Ro. 14:10). “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Co. 4:5). “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Ap. 22:12. Vea también Mt. 16:27; Lc. 14:14; 1 Co. 15:22-23).

El gran pasaje sobre el tema, por supuesto, es 1 Corintios 3:11-15. Allí se nos dice que el fuego probará la obra de toda persona. Algunos verán sus obras quemadas como “madera, heno, hojarasca”. Estos serán “salvos, aunque así como por fuego” (v. 15). Otros verán sus obras soportando la prueba de las llamas, revelada como “oro, plata, piedras preciosas” y serán recompensados por Cristo. Pablo ansiaba recibir una corona como parte de su recompensa.

  1. Otro tipo de juicio mencionado en la Biblia es el juicio de las naciones, cuando todas las naciones serán llevadas a juicio. Israel será juzgado como una nación por su persistente rechazo a Cristo. Este juicio vendrá a su clímax durante la gran tribulación. El punto focal del juicio será Jerusalén y la tierra de Israel. A medida que “los tiempos de los gentiles” lleguen a su fin, los judíos se reunirán nuevamente en su tierra. Regresarán con incredulidad y Dios los hará pasar “bajo la vara” (Ez. 20:34-38). El regreso parcial de los judíos al estado renacido de Israel actualmente es un presagio de lo que vendrá. El instrumento que Dios usará para castigar al pueblo judío será la Bestia, cuyas terribles persecuciones (Ap. 12:13, 15, 17) estarán complementadas por el derramamiento de la “ira de Dios” sobre la tierra (Ap. 16:1). En su postrimería, los judíos finalmente se volverán hacia el Señor (Zac. 12:10) y de acuerdo con la frase descriptiva de Isaías, la nación será concebida en un día (Is. 66:8).

También se juzgará a las naciones gentiles. Este juicio tendrá lugar después de la batalla de Armagedón, cuando el Señor finalmente regresará a la tierra para establecer su reino.[2] El lugar será el valle de Josafat justo fuera de Jerusalén (Jl. 3:1-2, 12-14). El criterio será cómo han tratado los pueblos gentiles a los judíos (a quienes Cristo llama: “Mis hermanos”) durante la gran tribulación. La descripción de este juicio aparece en Mateo 25:31-46. Los santos resucitados estarán relacionados con el Señor en este juicio (1 Co. 6:2; Dn. 7:22; Jud. 14-15). Las naciones se dividirán en dos clases: las “ovejas” (pueblos que ministraron a los hermanos del Señor durante la gran tribulación) y los “machos cabríos” (los pueblos que les negaron bondad durante la gran tribulación). A las “ovejas” se les dará un lugar en el reino milenario y los “machos cabríos” serán desterrados a una eternidad perdida. El juicio de las naciones solo dejará a un pueblo redimido para poblar la tierra milenaria cuando comience la era de oro.

  1. El juicio final es el juicio de los pecadores. Este juicio tiene lugar al final del milenio como el primer acto en la eternidad. El lugar será el gran trono blanco. Pedro denomina a este juicio “el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 P. 3:7). Se describe en Apocalipsis 20:11-15. Su base serán las obras de los no regenerados. Se tomarán evidencias de “los libros” que lleva Dios. No habrá esperanza para los convocados a este juicio porque ninguno de sus nombres se hallará en el libro de la vida del Cordero. Todos aquellos juzgados en el gran trono blanco serán arrojados al lago de fuego. Dios denomina a este destino eterno “la segunda muerte”. Los ángeles caídos “guardados bajo oscuridad” en la actualidad, serán también juzgados en ese momento. Judas llama a esto el juicio “del gran día” (Jud. 6).
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